La conferencia de Leipzig (septiembre de 2014), fue la cuarta de su tipo, después de París
(2008), Barcelona (2010) y Venecia (2012), pero la mayor de todas, con
unos 3.000 participantes. Se organizaron cientos de talleres, debates
y películas o presentaciones de científicos, investigadores, activistas
y miembros de organizaciones no gubernamentales que se reunieron para
discutir el decrecimiento económico, la sostenibilidad y las iniciativas
ambientales.Uno de los ponentes fue nuestro compañero Chema y este es el contenido de su ponencia:
REPARTO
DEL TRABAJO DESDE UN PLANTEAMIENTO DECRECENTISTA
Conozco
fundamentalmente la situación de mi país, España, y hablaré de la
visión que tengo de ella, sabiendo que es posible que no pueda
extrapolarse a otras situaciones. El tema que más he trabajado es el
de decrecimiento y sindicalismo, y en concreto el del reparto del
trabajo.
Sobre
la crisis
Aunque
su desarrollo sea programado y direccional, la crisis actual tiene
componentes reales. Sencillamente el crecimiento ilimitado no es
posible, pese a que nuestro sistema económico, el capitalismo, no
pueda sino seguir apostando por él y pese a que todas las salidas
oficiales a la crisis que nos plantean pasen por un nuevo impulso al
crecimiento. Desde ese punto de vista el capitalismo no tiene
salida porque no tiene capacidad de frenado ni tiempo para la
reflexión, necesita una aceleración creciente para mantenerse.
La afirmación de que el capitalismo, ni nuestra sociedad, carecen de
salida no quiere decir que no vuelvan a haber repuntes parciales ni
una recuperación relativa de la maquinaria productivista, pero no
puede ser sino provisional y a costa de un endurecimiento de las
condiciones laborales y sociales, volviéndose a nuevas crisis, cada
día más profundas, con costes sociales más graves y en ciclos de
tiempo cada vez más cortos, lo que nos llevará a un proceso de
incremento del sufrimiento y a largo plazo a alguna forma de colapso
Con
todo, la crisis solo es algo nuevo para un sector reducido de la
población mundial, para la mayoría de ella la crisis es lo
habitual. Venimos viviendo en una sociedad cercada. El cerco
separa los adentros de las afueras; en el interior el nivel de
consumo ha sido elevado, mientras que en el exterior se carecía de
los mínimos imprescindibles. Ese cerco, que nosotros dejamos e
incluso colaboramos a construir, hoy se va cerrando y va dejando
fuera a entornos cada vez más próximos. Y lo previsible es que esa
dinámica continúe mientras mantengamos el rumbo del desarrollismo
competitivo. Nuestros hijos, buena parte de ellos, van a pagar
nuestros errores, que, por otra parte, no dejan de ser suyos.
Nuestros
errores, no desaciertos sino errores, consisten en haber consentido,
y aun ayudado, a que ese cerco existiera y que dejara fuera a buena
parte de la humanidad construyendo una sociedad dualizada. En eso
consiste nuestra “culpabilidad”, la que vamos a pagar, la que van
a pagar nuestros hijos si no rectificamos. Nosotros no quisimos ver
el cerco cuando estaba lejos, por más que sabíamos de su existencia
y, desde luego, no lo combatimos. Pero es que ahora estamos
perdiendo la oportunidad que nos ofrece la crisis, seguimos
sin combatir el cerco, cuando nos es cercano y afecta a nuestros
entornos, seguimos defendiendo los derechos de los trabajadores
con derechos, los que siguen dentro, y hacemos casi nada por quienes
están en paro o en precario, quienes van quedando fuera. Una
sociedad tecnificada, más productivista, más depredadora de
recursos y que pretenda salir de la crisis mediante el “crecimiento”,
será una sociedad guerra y generará cada día más víctimas. En
ella el cerco irá estrechándose y acabará por atraparnos.
El
decrecimiento es una apuesta sensata, en las sociedades desarrolladas
un empobrecimiento en el consumo de bienes materiales es necesario.
Además se va a dar sí o sí. El debate es sobre quién lo
controle y en qué dirección lo impulse: o lo impulsamos
nosotros en beneficio del común y de mayores cotas de igualdad o nos
lo impondrá en beneficio de una minoría cada vez más reducida y
caminando en la dirección de una sociedad más injusta y desigual.
Es esto segundo lo que está pasando. Hoy la mayoría social somos ya
un poco más pobres (menos ricos); es un problema pero no es el
problema, ese empobrecimiento no debe ocultar ni anteponerse a otros
empobrecimientos más drásticos y severos. Una sociedad empobrecida
equilibradamente pede ser una sociedad más digna, habitable y
humanamente enriquecedora. El problema son las desigualdades,
sobre todo cuando se abisman, cuando la generación de riqueza genera
a la vez pobreza, cuando ambas conviven, cuando esa desigualdad se
exhibe impúdicamente. No hay vida digna posible en una sociedad tan
desigual, ni merece la pena que esa sociedad sobreviva.
Todas
las salidas a la crisis que nos proponen van en la dirección del
acrecentamiento de un desarrollismo competitivo, a la búsqueda de
sociedades más ricas aunque más injustas. Pero una sociedad más
rica no es posible, no es posible ni deseable, solo vamos a quedarnos
en sociedades más injustas. Terriblemente injustas.
El
paro
El
paro no tiene solución. No va a ser reabsorbido por una nueva
etapa de crecimiento como en crisis anteriores. Lo impiden los
límites ecológicos, también los impiden la incorporación
(perfectamente legítima) de otros países al proceso desarrollista
y, por último, lo impiden los avances tecnológicos (que también
hay que empezar a cuestionar) que permiten producir cada vez más con
menor ocupación. Aunque el paro tuviera solución en el tiempo, el
solo hecho de permitir la realidad actual, el que hablemos con
normalidad de una generación perdida, no deja de ser un delito del
que avergonzarnos. Seguimos defendiendo nuestro bienestar individual,
el de la generación instalada, incluso por encima de un malestar
mucho más acentuado para nuestros hijos.
Un
paro, en España del 25%, es algo que resultaría inconcebible en una
sociedad natural o normalizada, que solo puede concebirse en una
sociedad enferma. Está enfermo el sistema capitalista:
competitividad y productivismo, desigualdades necesariamente
crecientes, convivencia del lujo y el despilfarro con la carencia de
lo más básico… Pero también está enferma la sociedad que
participa en el sistema a través del modelo de desarrollo:
consumismo creciente al margen de la calidad de vida, adaptación a
injusticias crudísimas.... Y estamos enfermas todas y cada una de
las personas que la componemos: individualismo, insolidaridad,
inmediatismo… Todos hemos remado a favor de esa enfermedad y a
todos se nos ha inoculado. Naturalmente los grados de contribución
al actual desbarajuste no son equiparables, ni el asumir la parte de
responsabilidad que nos corresponde significa eximir a nadie de las
suyas. La sinrazón del “sistema” no puede amparar nuestras
deficiencias, al contrario, son las que debemos encarar en primer
lugar, y lo cierto es que, sin que signifique volver la mirada para
la derecha, hay que reconocer que la izquierda está enferma, lo
social está enfermo y el sindicalismo está enfermo.
Basta
ver el papel jugado por el sindicalismo en los últimos 30 años.
Creíamos desarrollar la capacidad de confrontación de los
trabajadores contra el sistema a través de la reivindicación
centrada en lo económico; en realidad lo que hicimos fue
incorporarlos al capitalismo, vía niveles de consumo. Íbamos tras
de la muleta que manejaba el capital, redondeando la faena; nos
guiaba la zanahoria que nos mostraban. Creíamos construir otra cosa
cuando estábamos fortaleciendo la misma. Naturalmente el terreno fue
propicio al pacto, destrozando cualquier atisbo de confrontación y
hasta su apariencia, destruyendo toda capacidad de oposición,
dejando que lo individual predominase sobre lo colectivo, dejando
desaparecer la dignidad del trabajo y de los trabajadores.
El
capitalismo actual viene a rematar un sindicalismo manso e incapaz,
del que puede prescindir; lo convirtió en su aliado y rehén y ahora
ya no lo necesita. Ahora, aunque lo intentase, la capacidad de
reacción del sindicalismo es casi nula y tendría que hacerlo en
unas condiciones hostiles, en las que la capacidad de dominación e
imposición es han desarrollado enormemente. ¿Qué sindicalismo
puede hacerse con seis millones de parados dispuestos a trabajar por
cualquier salario y en cualquier condición? Todos los convenios
actuales son a la baja: flexibilidad, incremento de jornada,
disminución salarial, descuido de la salud laboral y las condiciones
de trabajo… Del sindicalismo de pacto hemos pasado al de imposición
sin necesidad de pacto.
Tampoco
intenta el sindicalismo salir de esa situación. El sindicalismo
sigue sin intentar afrontar el paro ni la precariedad…, aunque
a mínimos, sigue ejerciéndose pensando en los trabajadores con
derechos, los únicos que otorgan representatividad, quienes
sustentan el triste poder sindical.
¿Qué
salida a la crisis propugna el sindicalismo? La misma que Rajoy con
pequeños matices: quiere volver a una etapa desarrollista, estaría
perfectamente dispuesto a vivir en una sociedad más injusta siempre
que fuera más rica y las migajas que le cayeran fueran mayores.
Cuando
se le plantea el reparto del empleo, enseguida aparecen las pegas,
por la derecha y por la izquierda. El sindicalismo más rácano
no estará dispuesto a asumir mensajes que no favorezcan a su
clientela (el trabajador fijo y con derechos) y puedan poner en
cuestión sus rutinas; el más radical apelará a que la crisis deben
pagarla quienes la han generado, sin querer ver quién la está
pagando en la realidad. No hay ganas, todo son excusas.
Nuestra
sociedad va a empobrecerse. El problema es si queremos nosotros
conducir ese empobrecimiento caminando hacia una sociedad más justa
e igualitaria o, intentando salvarnos individualmente, dejamos que
nos empobrezcan en su provecho y caminando hacia una sociedad cada
día más injusta. La mayoría de la sociedad somos hoy un poco más
pobres que hace cinco años, pero no todos nos empobrecemos en la
misma medida. En ese empobrecimiento hay una barrera de separación
radical y neta aunque sea fluctuante: la de estar por encima o
por debajo de la posibilidad de afrontar las necesidades vitales.
La
razón del sindicalismo debiera ser afrontar es esa barrera, todo lo
demás es eludir el problema. Pero no lo hacemos, seguimos refugiados
n los terrenos más suaves de frenar el retroceso de las condiciones
laborales y salariales de los trabajadores con derechos. No hacerlo
significa pérdida de contundencia y credibilidad. No es creíble
la exigencia de reparto sin disposición a repartir. No es
creíble la exigencia de trabajo (empleo, aunque también haya que
referirse a otros trabajos) digno para todas las personas sin
disposición a repartirlo. No es creíble la exigencia de que se dé
más a quienes tienen menos, si quienes tenemos más de lo suficiente
no estamos dispuestos a quedarnos con menos. Sin esa
predisposición nos volvemos individualistas y conservadores. Sin
trabajar sobre esa franja de separación entre el llegar a la
cobertura de las necesidades básicas o quedar por debajo de ella, el
sindicalismo ni merece la pena.
La
jornada de trabajo no esta en la agenda sindical, no existe ninguna
propuesta al respecto. El sindicalismo sigue dejando fuera a personas
con empleo precario o en paro. El reparto del empleo habría que
afrontarlos por solidaridad, por supuesto, pero también por
necesidad del propio sindicalismo, y también por un ansia de vivir
mejor a la que hemos venido reduciendo a la de incrementar los
niveles de consumo, ya que siendo cierto que el nivel de consumo,
cuando se refiere a unos entornos cercanos a los de las necesidades
básicas, tiene relación con la calidad de vida, cuando se despega
de ellos deja de tenerla.
La
insuficiencia del reparto del trabajo
Cierto
que el reparto del empleo no será suficiente. Hay que cuestionar la
reducción del trabajo a empleo (el trabajo ligado a un salario), la
equiparación entre ambos conceptos que ha operado el capitalismo,
que no siempre ha existido y que hemos acabado por aceptar, haciendo
que carezca de valor cualquier actividad que no esté monetarizada.
Hasta nuestro ocio está monetarizado..
Eso
ha tenido unas consecuencias importantes, no solo en la apropiación
de nuestro trabajo y de toda nuestra actividad, incluido nuestro
ocio, por un capitalismo que lo invade todo. Una de las consecuencias
es la pérdida total de autonomía, especialmente en sociedades
macro, que nos hace totalmente dependientes y, por tanto, sin
capacidad de decisión, sin poder. Otra es la penetración de la
concepción de la calidad de vida o del vivir bien equiparada a los
niveles de consumo. Otra la no solo apropiación de nuestro tiempo
sino la ordenación que de él hace; nuestro tiempo, que es nuestra
vida, es un tiempo mecanizado a través de la división
jornada/asueto que se rige o se adapta a las exigencias del
capitalismo, desligándose de cualquier otra referencia: la
climatología, las tradiciones, los estados de ánimo, las
necesidades no monetarizables…
Con
todas las dificultades, dado que todas estamos dentro del capitalismo
y apresados por la mentalidad inducida, la crisis y un más que
probable post-capitalismo nos obliga a repensar el concepto de
trabajo. Sin desmitificar el empleo, como aportación obligada a la
satisfacción de necesidades vitales demandadas por la sociedad,
tampoco podemos seguir mitificándolo. No podemos reducir el trabajo
al empleo, ni es posible que todos los derechos (sanidad, pensiones,
subsidio de desempleo…) queden ligados a él.
Si
solo es el salario lo hace necesario el trabajo, ¿sería inoportuna
la existencia de una renta básica universal, a la vez que los
derechos dejan de estar ligado al empleo?
Insuficiente
pero necesario. Por el reparto del trabajo.
El
paro no tiene solución dentro de las dinámicas dominantes. Las
propuestas del sistema sobre reparto del trabajo tienen por objetivo
la precariedad extrema. No va a existir reactivación económica
capaz de absorberlo como lo que hoy consideramos empleo a jornada
completa; tampoco sería conveniente, supondría volver a la
situación que nos ha traído a ésta en que ahora estamos y
volveríamos a repetir el ciclo pero con los problemas más agravados
y menos solucionables. Necesitamos un cambio de orientación, que en
nuestras sociedades desarrolladas significa un aminoramiento del
dueto producción/consumo, dentro del cual, la única forma de acabar
con el paro es mediante medidas de reparto del empleo.
Propugno
el reparto del empleo (y de los trabajos) desde una postura
decrecentista, desde la conveniencia de una sociedad más pobre en lo
material, a la que vamos a caminar aunque sea contra nuestra
voluntad, desde el intento de asumir nuestra responsabilidad como
única forma de romper la irresponsabilidad generalizada, desde la
pregunta sobre qué exige de nosotros la actual situación.
Como
el empobrecimiento, el reparto del empleo o lo impulsamos o nos lo
impondrán. Es más, ya nos lo están imponiendo; cada día que
nosotros dejamos pasar sin impulsar una forma de reparto del empleo,
el capital trabaja a favor de “su” reparto vía precariedad (que
no es solo eventualidad), miniempleos y degradación sin fin de las
condiciones laborales y salariales.
El
capitalismo ha conseguido imponer una sociedad en la que quien no
tiene empleo lo tiene francamente mal. Es el empleo quien da acceso a
una ciudadanía y a una integración social plena, que han dejado de
ser una cuestión política (legal) para pasar a ser económica (del
mercado). La asistencia sanitaria, el subsidio de desempleo, las
pensiones, el acceso a la vivienda… dependen de nuestro acceso al
empleo, y éste del mercado.
Cuando
hemos dejado que muchos aspectos de nuestra vida dependan del empleo,
se nos dice que no hay empleo y la oferta es su degradación y
precarización. Hasta los años 80 lo normal era el empleo estable y
en condiciones laborales y económicas paulatinamente mejoradas, hoy
lo normal es la precariedad. Pero el empleo estable nos permitía
vivir nuestra vida, la precariedad no; hoy los pobres con trabajo son
una categoría social, y la movilidad social se ha hecho
unidireccional, descendente.
La
precariedad es una cuestión política, de marco legal, de opción.
Es la opción del capitalismo como modo de estabilizar su enorme
capacidad de dominación alcanzada a través de los desarrollos
tecnológicos (capital) y la forma de globalización que han
desarrollado. Es, en definitiva, una expresión o ejercicio por su
parte de la lucha de clases y la mucha preponderancia que en ella han
adquirido.
A
todo esto no veo otro horizonte de actuación que el impulso del
reparto del empleo. Asumiendo que un determinado empobrecimiento
relativo y un determinad reparto del empleo va a ser una realidad y
que estamos dispuestas a ser quienes los determinemos. De momento nos
lo están imponiendo, para generar una sociedad cada día más
desigual e injusta. Es cuestión de si, encerrados en nuestro
individualismo o corporativismo, nos dedicamos a frenar el retroceso
de nuestras posiciones o si somos capaces de impulsar otras formas de
empobrecimiento y reparto. El problema no es el nivel de bienestar
material que podamos alcanzar sino las desigualdades que seamos
capaces de soportar.
El
reparto del empleo no hay que planteárselo solo como un paliativo a
los efectos de la situación actual, no debe quedar como un
conformista reparto interno entre los trabajadores, ni como actitud
solo ética y personal. Al contrario, hay que hacerlo como actitud
social y política, como opción estructural y de modelo de sociedad,
como recuperación de la confrontación y de la necesaria unidad para
emprenderla. Como cuestionamiento del capitalismo y como recuperación
de una actitud de hostilidad en la lucha de clases que nos tienen
planteada de forma tan férrea como inteligente.
Hay
que entender que el reparto del empleo es lo sustancial, mientras que
las formas en que lo consigamos -con o sin disminución salarial-
siendo muy importantes no dejan de ser la circunstancia, y que si hoy
por cuestiones de forma dejamos de impulsarlo con decisión, mañana
lo haremos desde posiciones mucho más retrocedidas y en peores
condiciones, o simplemente acabarán por imponérnoslo por extensión
de la precariedad.
Hay
que plantearlo con incremento de la masa salarial, esto es con
aportación de los beneficios empresariales. El salario individual
puede que tenga que disminuir pero la masa salarial ha de aumentar.
La disminución salarial no tiene porque ser equivalente a la
disminución de jornada, y dependerá de la correlación de fuerzas
que seamos capaces de establecer en ese impulso por el reparto.
Tampoco esa disminución de salario individual debe aplicarse en
igual porcentaje a salarios diferentes, debe hacerse con disminución
importante de los abanicos salariales. Naturalmente el horizonte pasa
porque la reducción de jornada y la generación de empleo
equivalente, que hay que ejercer individual o colectivamente y que
hay que plantear en cada convenio, termine por implantarse por ley.
En
tanto no se consiga esa implantación legal, cada empresa tiene que
buscar fórmulas de reparto en función de sus características y
organización. Por supuesto la administración, los servicios y las
empresas públicas debiera resultar el terreno más propicio a estos
planteamientos y debiera ser campo en el que impulsar medidas que
luego pudieran generalizarse.
Otras
consideraciones
Quisiera
hablar para finalizar de algunos aspectos tangenciales pero
importantes: el uno estaría relacionado con el cómo se plantea “la
izquierda” el peso o la relación entre derechos y exigencias, que
creo uno de los síntomas de una enfermedad grave que nos afecta. El
otro sería el de nuestros métodos de actuación y presión, campo
que considero el más retrocedido y que debe situarse en el centro de
nuestras preocupaciones.
Las
“izquierdas” seguimos funcionando dentro del esquema
reivindicativo clásico, reclamando nuestros derechos sin
cuestionarnos si la realidad que vivimos y la posición que en
ella ocupamos, nos obliga a que las exigencias que esa realidad nos
plantea estén situadas en un nivel superior a la de los derechos que
podemos, y quizá debemos, exigirle.
El escaparnos de las exigencias propias es característico de
la sociedad en la que ha desaparecido cualquier atisbo de
responsabilidad (me refiero a la responsabilidad negativa o “culpa”),
una sociedad instalada en la impunidad. Nadie rinde cuentas, nadie
tiene responsabilidad alguna y tampoco nosotros estamos dispuestos a
asumir las nuestras, lo que implica que tampoco se las vamos a exigir
a otros con convicción. La no asunción de culpabilidad se convierte
en complicidad.
Vivimos
en una sociedad que se nos presenta como una máquina, con una
economía con leyes propias que afecta a todos los aspectos de la
vida política y social, una sociedad que ha escapado a cualquier
voluntad humana, en la que todo sucede necesariamente. Lo que hay es
lo que hay, y lo que hay que hacer es lo que hay que hacer.
En
la sociedad de lo necesario nadie es responsable de nada. Nuestros
políticos hacen lo que pueden hacer, lo que tiene que hacer, las
tareas que le vienen dadas por los dictados económicos. Y toda la
pirámide social se convierte en una cadena de transmisión de
sometimiento a lo necesario, de la carencia de responsabilidad. Así
actúan todas las jefaturas, desde las más altas hasta los escalones
inferiores. Han dejado de ser personas, son piezas de un engranaje.
Pero
llega un momento en que esa cadena de (ir)responsabilidad y
sometimiento llega hasta nosotros: podemos colaborar, obedecer con
menores o mayores resistencias, o desobedecer. Pero tendrá que haber
necesariamente un tope, una barrera que no estemos dispuestos a
cruzar, un algo que estemos obligados a hacer o a no hacer, por
encima de todo, por encima de las consecuencias. En caso contrario
hemos dejado también de ser personas y nos hemos convertido en
piezas del engranaje.
La
sociedad actual nos está planteando exigencias a cada una de las
personas. No podemos quedarnos anclados en la defensa de nuestros
derechos. De ellos solo podemos considerar tales aquellos que sean
universalizables, y tenemos que empezar a asumir las exigencias que
la situación actual nos plantea. Los campos en los que planteárnoslo
son amplios y diversos, desde el consumo y nuestros modelos de vida,
a las actitudes y posturas en lo laboral, la fiscalidad, lo
político...
Plantearse
esas exigencias es sumir nuestras responsabilidades, hacernos
“culpables” de lo que está ocurriendo. Lo cual no significa
desculpabilizar a otros sujetos, al contrario: nunca seremos capaces
de exigir responsabilidades a quienes más las tienen si no estamos
dispuestos a asumir las nuestras.
Impulsar
el reparto del trabajo, siendo necesario para la recuperación del
sindicalismo y el avance hacia una sociedad más justa, significaría
también un avance en la calidad de vida y en el bienestar,
diferenciados claramente de los niveles de consumo, mayor tiempo para
el ocio, el crecimiento y la participación en todo tipo de trabajos
y actividades. La crisis debiera haber sido nuestra oportunidad de
reacción, sin embargo estamos dejando que la utilicen en contra
nuestra.
Afrontar
la crisis y las taras que nos platea ayudaría en la dirección de
búsqueda de nuevas formas de actuación, hoy muy retrocedidas en su
capacidad de presión. Las concentraciones, manifestaciones, incluso
las huelgas tal y como las ejercemos están perdiendo capacidad de
presión ante un poder que cada día conquista grados de inmunidad.
Reflejan, por otra parte, un grado de convicción y de decisión
carentes de firmeza, no afectando centralmente a nuestras vidas que
transcurren al margen de sus resultados. Necesitamos posturas que
arranquen más desde nuestro compromiso vital, que sean la
politización de lo que hacemos (no de lo que reivindicamos, la
reivindicación hoy está próxima al “me gustaría”, pero
carente de convicción), que se mantengan en el tiempo, que no
esperen a la mayoría, aunque no renuncien a conquistarla por
contagio. Nuestra toma de posturas personales en torno al reparto del
trabajo hay que intentar que se traduzcan en formas de confrontación
y de politización, buscando nuevos métodos de actuación cercanos a
la objeción de conciencia o la insumisión, que nos permitan
reapropiarnos de nuestras vidas, sacarlas de las pautas que nos
marcan y contrarrestar las capacidades de dominación que han
desarrollado.
Y,
naturalmente, el reparto del trabajo, siendo imprescindible, no puede
considerarse la única vía de afrontar la actual situación. La
renta básica universal, la fiscalidad, el cuestionamiento del pago
de la deuda, la opción por procesos de trabajo intensivos en mano de
obra y no en energías y tecnologías, el consumo de cercanía, la
mayor dedicación a los cuidados, la cultura… son otros muchos
aspectos a considerar.
Una
pequeña experiencia
Entre
los grupos en los que participo en la ciudad en que vivo, Pamplona,
están la CGT, un sindicato minoritario, y Banatu, un colectivo por
el reparto del trabajo que a su vez forma parte de un grupo
decrecentista. Animado por ambos inicié hace tres años una
reducción voluntaria del tiempo de trabajo: dejaba de trabajar un
mes de cada cinco para que trabajase otra persona y repartir así
parte de mi trabajo. Naturalmente lo que me interesaba era darle a lo
que hacía un carácter político y de confrontación, pero como era
en un acto voluntario tampoco daba mucho de sí, únicamente como la
sustitución que me ponían era inferior al 100% hacía pequeños
actos de protesta y denuncia pública, como forma de dar a conocer el
reparto del trabajo y exigir que la administración pública lo
favoreciese.
En
el segundo semestre de 2012 nos aplicaron un incremento de la jornada
de 36 horas anuales y me negué a realizar ese incremento horario
alegando motivos de conciencia. Se me abrió un expediente
disciplinario lo que me permitió dar un paso en ese carácter de
confrontación:
- Recabar el apoyo d diversas organizaciones sindicales.
- Recoger entre personal de sanidad firmas de apoyo y autoinculpaciones.
- Entregar esas firmas haciendo una concentración delante de las oficinas de mis jefaturas.
- Alcanzar una resonancia mediática fuerte en Navarra y también algo en otros ámbitos.
En
definitiva con la reducción voluntaria de jornada conseguí
colocarme en buena posición, en una posición que hiciera entendible
ese pequeño acto de desobediencia y que suscitara simpatías y
apoyos, y rechazo contra la postura de la Administración de
incrementar la jornada de trabajo.
Naturalmente
es una actuación muy deficiente, excesivamente visceral y personal,
que debimos haber intentado extender y colectivizar más…, pero por
algo hay que empezar. La medida de incremento de jornada fue revocada
para el año 2013 con lo que no pudimos intentar darle más
continuidad a actitudes de ese tipo y hacerlas más colectivas y
potentes.
Contestación a dos preguntas que me mandan por
correo
¿Cómo deberá
cambiar el trabajo en la sociedad post-crecimiento?
La sociedad
post-crecimiento puede presentar tres escenarios posibles:
- La permanencia del modelo capitalista actual
- Un crac o derrumbe del actual modelo capitalista
- Su aterrizaje más o menos accidentado.
La
primera hipótesis, la más previsible y a la que parece que estamos
dirigiéndonos, sería la de un capitalismo global pero en bloques
distintos y en pugna. Sería un capitalismo satisfactorio para cada
vez menos personas, un capitalismo guerra en un mundo militarizado y
policial con mecanismos poderosísimos de control y represión. El
trabajo sería escaso y extremadamente precario. Previsiblemente la
contestación social sería difícilmente articulable y la
contestación se produciría en formas de explosiones con escaso
contenido social, con grados altos de violencia en una especie de
“sálvese quien pueda”.
La
segunda sería una quiebra del modelo actual de producción y
distribución que provocaría un caos social fuerte, en el que
sobrevivirían mejor quienes hubieran desarrollado formas
alternativas de economía autónomas respecto al capitalismo actual.
La tercera hipótesis
significaría poner freno al modelo productivista consumista, freno
para el que el capitalismo actual carece de capacidad y que
tendríamos que ejercer los movimientos sociales y sindicales.
Mi opción es la de
trabajar hacer posible la tercera opción y la de impulsar todas las
posibilidades que prevean la segunda.
Implica la percepción
de que nuestra sociedad no puede vivir sin capitalismo pero tampoco
con él y que hay que repensar totalmente el concepto clásico de
revolución que tenemos en mente; que la lucha por la justicia social
tiene que llevar implícita la lucha contra el modelo de desarrollo
que el capitalismo propone, algo que el movimiento obrero abandonó
muy tempranamente dejándose imbuir de un progresismo inicialmente
noble, que posteriormente perdió esa nobleza siendo factor de
impulso de las propuestas del capital.
Estaría sustentada
esta propuesta sobre dos tesis:
- Avances tecnológicos, desarrollismo, competitividad e incremento de las desigualdades formas un todo unitario.
- Nosotros estamos dentro y formando parte del capitalismo.
Que
dándole la vuelta se podrían formular como:
- La lucha por una sociedad más justa e igualitaria solo es posible dentro de una propuesta decrecentista.
- No hay posibilidad de luchar contra el capitalismo si no lo hacemos simultáneamente contra nosotros mismos.
Formulándolo
de otra forma podría decirse: el desarrollismo requiere de una
concentración de capital y de una acumulación de riqueza
crecientes. La lucha por mayores cotas de igualdad y justicia social
pasa por cuestionar el crecimiento y, con él, nuestras formas de
vida.
Podemos
aceptar que somos una sociedad que va a empobrecerse, la cuestión es
si dejamos que nos empobrezcan en la dirección de un capitalismo
superdesarrollazo, competitivo y abismalmente desigual o intentamos
nosotros gestionar nuestro empobrecimiento, en la dirección de una
sociedad menos desigual. Ello implica trabajar preferentemente sobre
las desigualdades en la franja de separación entre quienes carecen
de los mínimos vitales y quienes están por encima de ellos.
Tres
vías de trabajo:
Hay
una corriente nada despreciable que toma la decisión de salirse del
capitalismo y construir experiencias de creación de islas de
economía y vida al margen de él, con autonomía absoluta. Son
experiencias normalmente ligadas a una economía de subsistencia, muy
ligadas al sector primario y al mundo rural. Son experiencias
recuperadoras. Aceptando partir de una apuesta inicial calificable de
primitivista, intentan la reconstrucción de un modelo propio hasta
unos límites que consideran humana y ecológicamente sostenibles y
gratificantes, mediante la coordinación con experiencias similares:
intercambios de cercanía, algún grado parcial de especialización,
abordaje en común de necesidades difíciles de satisfacer en
unidades pequeñas… Naturalmente serán las realidades más
resistente y mejor preparadas en el caso de una quiebra del
capitalismo.
Una
segunda opción consistiría en la búsqueda de una autonomía
parcial a través de redes tanto de consumo como de producción,
manteniendo también la apuesta por la cercanía, la respuesta a
necesidades básicas, criterios ecológicos… Estaría integrada por
cooperativas de consumo, empresas de economía solidaria, comercios
de trueque, bancos de tiempo, búsqueda de soluciones comunitarias a
problemas como el transporte…, que, en la medida en que avanzan van
abarcando campos de más envergadura y mejorando sus formas de
funcionamiento: moneda propia, banca ética aliada, empresas
alternativas en energía… A la vez procuran expandir su influencia
en sus entornos próximos, comercios de barrio, pequeñas empresas o
trabajadores autónomos…
Ambas
opciones, la primera más drástica y más posibilita la segunda,
rompen por lo menos parcialmente con la escisión trabajo/empleo
introducida por el capitalismo.
Por
último, para quienes difícilmente podemos fabricarnos una
autonomía, queda el trabajar por variar la actual forma de
producción y las relaciones laborales.
Fomentar
trabajos intensivos en mano de obra (cuidados, educación y
cultura…) y las inversión preferente en mano de obra frente a la
tecnología en aquellos que sea posible (Traperos, administración,
trabajos contratados por la administración…)
Prioridad
sindical sobre todo lo que signifique condiciones laborales: ritmos y
condiciones de trabajo, flexibilidad a disposición del trabajador:
jornadas reducidas, años sabáticos, permisos sin sueldo…
Disminución
horaria y reparto del trabajo.
2
¿Cuáles serán las consecuencias de estos cambios para los
sindicatos y para la lucha de clases?
Si
los cambios se producen en la dirección que nos viene imponiendo el
resultado va a ser en lo laboral el de la precariedad extrema y la
degradación de las condiciones laborales en cotas cada vez más
bajas, similar degradación se dará en todas las garantías sociales
(vivienda, sanidad, educación, pensiones, coberturas…). Todo ello
unido a esa previsible militarización de las relaciones
internacionales y la policialización e incrementos represivos
internos daría como resultado las condiciones más adversas para
cualquier forma de recuperación del sindicalismo y de la lucha de
clases, que, me temo, daría paso a formas de conflictividad
violentas, explosivas e incapaces de estructuración colectiva y más
dentro de un sálvese quien pueda y del incremento de una sociedad
caos. Creo que es el escenario para el que el capitalismo, el poder,
se están preparando y ensayando en Grecia, Ucrania, los países
árabes… y en cada uno de nuestros países, en las que las medidas
de control, represión, tanto administrativa como policial, están
incrementándose rápidamente en la forma de ir desactivando todo lo
que es contestación social y colectiva. Temo, además, que la
izquierda, en la que siguen funcionando los mitos generados a la
fórmula clásica de “revolución”, ayudaremos a que las cosas se
desarrollen en esa dirección, sin saber encontrar formas de presión
eficaces y que se mantengan en los terrenos propicios, sin dejarse
arrastrar a otros en los que el poder se desenvuelve con más
facilidad.
Pienso,
por tanto, que el trabajo que no hagamos ahora, buscando salidas a la
crisis menos desfavorables, difícilmente lo recuperaremos en esa
situación, y que es de ese trabajo social actual de lo que tenemos
que preocuparnos.
He
hablado en la pregunta anterior sobre las tareas a nivel
laboral-sindical. Hablaba de fomentar los trabajos intensivos en mano
de obra, trabajar preferentemente sobre las condiciones laborales más
que sobre las salariales, el reparto del empleo y la flexibilidad en
función del trabajador. Todo ello dirigido a trabajar contra las
desigualdades y, preferentemente en esa franja que divide el por
encima o por debajo de la posibilidad de cobertura de las necesidades
vitales. Lo que nos plantea que la reclamación de derechos, que no
hay que abandonar, tiene que estar ligada al cuestionarnos las
exigencias que la situación actual nos plantea a los trabajadores
todavía bien posicionados y que estamos netamente por encima de esa
franja diferenciadora.
Un
segundo aspecto que me parece importante es trabajar sobre la ligazón
entre lo sindical y lo social, y por hacer un sindicalismo,
digámosle, político o generalista, sin esa ligazón el sindicalismo
queda muy atrapado por las dinámicas que marca la empresa:
- Sin preponderancias.
- Nivel salarial ligado a los derechos de vivienda, sanidad, educación.
- Renta básica universal
- Derechos ciudadanos no ligados al empleo
- Amortiguación de las desigualdades y universalidad de los derechos mínimos en el nivel que seamos capaces de alcanzar.
Pienso
que un capítulo aparte hay que dedicarle a los métodos de
confrontación y lucha, hoy muy retrocedidos por los fuertes
mecanismos de dominación desarrollados.
- Los métodos de lucha tradicionales solo podrían recuperar eficacia si somos capaces de plantearlos de forma muy generalizada, nivel europeo mínimo.
- Hay que desarrollar nuevos métodos de lucha, capaces de superar el mayoritarismo en que ha estado basada la lucha sindical. Siempre con aspiración a la mayoría, no podemos estar esperando y tenemos que buscar formas de hacer minoritarias e incluso individuales, que nos saquen del rol de engranajes o eslabones de lo que nos viene dado; marcar topes a lo que no estamos dispuestos a hacer (o a dejar de hacer) cualesquiera que sean las consecuencias que de esa actitud se deriven y ver como esas tomas de postura éticas o individuales las convertimos en políticas, abriendo campos a formas de lucha próximas a la objeción de conciencia o la insumisión. Nuestras vidas tienen que ser parte de nuestras formas de lucha e implicarse en ellas.
- Por último hay un campo grande a recuperar en lo concerniente a lo qué, dónde y cómo compramos, cómo gastamos el dinero o ahorramos… En definitiva todo lo ligado a nuestros estilos de vida y de relacionarnos.
Por
último creo que hay que plantearse muy seriamente el tema de la
política. Hoy el poder económico ha conseguido una total dominación
sobre lo macro o general y desde ese poder sobre lo general ejerce
una dominación férrea, que nos está resultado insuperable, sobre
lo concreto y particular. Es cierto que siempre hemos intentado dar a
nuestras actuaciones en lo concreto una dimensión política, pero
creo que, sin abandonar esa actuación e incluso manteniéndola como
preferente, tenemos que plantearnos la participación en lo
específicamente político, la política existente, las instancias de
decisión hoy existentes, sin abandonar la lucha por cambiar esas
instancias.
- En la actualidad la política está secuestrada y es inexistente. Todas nuestras luchas parciales y concretas se estrellan contra un muro construido en torno al reino de la necesidad dictado por la economía como ciencia objetiva. Una recuperación de lo político, de la ruptura de ese reino de la necesidad establecido, de la recuperación de la capacidad de decisión, me parece importante.
- Para ello necesitamos impulsar otras formas de hacer política capaces de romper con el sistema de partidos, nefasto políticamente y cuya perversión se irradia a la sociedad. Unas formas que, aunque sin aspirar a la democracia directa, introduzcan mecanismos de control participación, revocabilidad…
- Ese abordaje de la política solo podría hacerse desde el desarrollo y la aceptación de la idea del “bien común”, no fundamentalmente como bien de la mayoría sino como eliminación de los males y las situaciones de carencias más graves, aunque sean de una minoría.
- Ese abordaje requiere una lucha interna en nuestras organizaciones y organismos que hagan pasar a un muy segundo plano todos los elementos ideológicos, identitarios, organizativistas, etc.
- Eso nos permitiría una actitud que intente romper las barreras instaladas en nuestra sociedad por el largo funcionamiento de sistema de partidos y que, a mi entender, debe llagar hasta la abolición de la escisión entre izquierdas y derechas, hoy inservible por la adhesión de elementos añadidos que esos conceptos han adquirido y que los convierten en un pak no útil.
- Lo que nos jugamos hoy, en última instancia, no es solo de si vamos a ser una sociedad de uno u otro tipo. Como trasfondo está un problema de mera supervivencia. Es esa supervivencia la que se nos convierte y de la que se deriva que tengamos que plantearnos lo que la sociedad exige de nosotros en el mismo plano de los derechos que de ella podemos demandar.
Por
último quisiera añadir que lo aquí dicho, como cualquier discurso
que hagamos y que debemos hacer, solo puede entenderse con un
carácter de provisionalidad, que nada garantiza que lo que hoy vale,
vaya a tener validez mañana, y que la actuación y la reflexión
social tienen que mantenerse abiertas y en permanente
cuestionamiento, que todo tiene que ser un ejercicio de prueba y
ajuste, y que de nada sirve la razón si no es capaz de ejercerse y
convertirse en factor de cambio.
Contestación
a las preguntas definitivas tras la preparación de la mesa en
Leipzig el día anterior a su celebración
¿En qué relación
se encuentran el crecimiento del PIB, el trabajo, la productividad,
el bienestar/la calidad de vida y el consumo de recursos y la
generación de emisiones?, ¿hasta qué punto pueden desacoplarse
los unos de los otros sin crear efectos negativos?, ¿cómo han
evolucionado hasta ahora y cómo deberían hacerlo en el futuro?
El desarrollo en lo
material, la productividad, la competitividad y el incremento de las
desigualdades forman un todo unitario. Admitir las primeras es cargar
con la última.
Intentar volver al
crecimiento económico, a la situación anterior a la crisis, sería
un error, una vuelta al punto de partida que nos ha traído a la
actual situación, lo que degeneraría en crisis cada vez más
profundas, en ciclos cada vez más cortos y con costes sociales más
altos. Ni las políticas recesivas ni las expansivas nos sirven.
Necesitamos un cambio de orientación que nos saque de la economía
ciencia objetiva y finalidad en sí misma. Tenemos que decir un no
decidido a sociedades más ricas pero más desiguales e injustas.
En España se está
produciendo un deterioro general de las condiciones de trabajo, pero
sobre todo una escisión profunda entre el trabajador “bien
posicionado” respecto al parado, precario, etc. Nuestra
intervención tiene que dirigirse, preferentemente sobre esa línea
de separación entre quienes carecen de lo necesario y quienes tienen
acceso a lo superfluo. Tenemos que asumir la gestión de nuestro
propio empobrecimiento en la dirección de más igualdad y mejor
reparto, sin dejar que nos lo gestionen en la de incremento de los
beneficios y las desigualdades. Sin predisposición a repartir
nuestras exigencias de reparto no son creíbles.
El desacoplamiento de
esos vectores tiene que partir de la recuperación del buen
vivir/calidad de vida, separándolo del crecimiento del consumo.
Siendo verdad que entre ellos existe una relación, en nuestras
sociedades esa relación se ha roto, pasando a prevalecer el
consumismo y con él la cantidad sobre la calidad, la prisa y lo
inmediato sobre la disposición de tiempo, la abundancia sobre la
satisfacción…
A recuperarlo tiene
que ayudarnos la noción de bien común, entendiéndolo más que como
el máximo bienestar de una mayoría, como la eliminación de los
malestares más graves aunque afecten solo a una minoría.
Significa eso que, en
cuanto personas que queremos ser activas socialmente tenemos que
plantearnos no solo los derechos que podemos demandar de la actual
situación sino también y sobre todo las exigencias que esta
situación (no sus poderes ni sus instituciones) demanda de nosotros.
Existen algunos algos que no podemos hacer y otros que debemos hacer,
pese a las repercusiones que puedan acarrearnos. Se trata de
recuperar nuestra condición de personas rompiendo con la de
engranaje del mecanismo que nos domina.
Poner en común y
hacer colectivas esas exigencia me parece uno de los retos que
tenemos por delante.
¿Qué
circunstancias suponen cada vez más presión?, ¿cómo habría que
definir los criterios de “buen trabajo?
La competitividad es el
gran factor de aceleración de los actuales desajustes.
El capitalismo guerra
(competitivo) desplaza la competitividad de las empresas matriz a las
subsidiarias y externalizadas, para acabar recayendo en última
instancia sobre los trabajadores, que tendrán que estar dispuestos a
trabajar más, en peores condiciones y por salarios más bajos. Se
establece competitividad entre parados y activos, entre precarios y
fijos, entre trabajadores de la empresa matriz y las de los procesos
externalizados, también entre trabajadores de la empresa matriz en
distintas localizaciones… y así indefinidamente.
El carácter
competitivo del capitalismo hace que este haya perdido toda capacidad
de frenado e incluso de reflexión. Pararse es ser sobrepasado y
desaparecer. Esa capacidad de reflexión y frenado es la que
tendríamos que batallar desde los movimientos sociales y sindicales,
a sabiendas de que tampoco estamos fuera, sino que formamos parte.
Frente a trabajo
competitivo, trabajo colaborativo. Un buen trabajo sería aquel que:
- Es significativo en cuanto da respuesta a necesidades humanas, y preferentemente a las más básicas. Un trabajo digno es un trabajo que sirve.
- Es realizador de nuestras habilidades y capacidades físicas, mentales y espirituales.
- Su dirección está en nuestras manos, lo controlamos decidiendo colectivamente los cuántos y los cómos.
- Se realiza en buenas condiciones de salud y respeto.
- No está supeditado y puesto en función de los desarrollos técnicos (algo que hay que empezar a cuestionar), sino a la inversa.
- Va rompiendo o suavizando la escisión entre trabajo y empleo.
- Permite ser adaptado a un superior buen vivir, distinto para cada persona y circunstancia, por lo que debe permitir flexibilidad en ritmos, tiempos y formas de ejercerse.
- No excluye a nadie sino que está dispuesto a acoger repartiéndose. El reparto del empleo y de los trabajos forma parte importante de la propuesta por el decrecimiento y de toda propuesta anticapitalista.
¿Qué instrumentos
parecen adecuados para caminar en esa dirección?, ¿qué
oportunidades nos brinda la transformación hacia una sociedad de
servicios?, ¿qué actores y alianzas deben establecerse?
La puesta en cuestión
del capitalismo requiere poner en cuestión el modelo de desarrollo
que él ha generado, que forma parte de él y en el que estamos
profundamente inmersos. La confrontación con el capitalismo para que
sea real tiene que irnos sacando del capitalismo y desarrollando
elementos de cambios en lo inmediato y cotidiano. La lucha social es
una lucha por la vida y en ella tiene que estar implicada nuestra
vida. Entre los instrumentos para esta evolución propondría:
- Ir cambiando nuestras formas de vida, consumo y ahorro. Austeridad, en la medida de lo posible consumo cooperativo y en relación directa con los productores, boicot a las grande marcas y superficies, recuperación de la relación entre valor y precio, ahorro en bancas éticas o préstamos directos a proyectos de interés social, no domiciliación de cobros y pagos…
- Fomento de puestos de trabajo intensivo en mano de obra y no en uso de tecnologías y energías. Tecnología la necesaria y posible para estar al servicio de las personas y no a la inversa. La administración pública tendría que ser pionera en esta nueva orientación y exigirla a las empresas con las que contrata. Los trabajos de cuidados, educación, cultura, servicios, debieran fomentar la empleabilidad.
- No se trata de todas formas de generar puestos de empleo no necesarios, sino de repartir el empleo existente y necesario. El capital impulsa el reparto del empleo vía precariedad, como forma de consolidar su dominación, nosotros tendríamos que impulsarlo en la vía de una mayor igualdad y como recuperación de la capacidad de confrontación
En cuanto a alianzas
tenemos que impulsar todos los entrelazados entre las diversas
problemáticas sociales y los movimientos que tratan de darles
respuesta, coordinando sus actuaciones y dándoles la dimensión
política que es unitaria.
Las alianzas que
debemos impulsar han de ser algo distinto a la suma de siglas
diversas. Habrá que tener en cuenta las siglas, pero siempre
intentando trascenderlas. Estas alianzas tendrán un carácter más
de iniciativas o de movimiento que de organización y tratarán de
sumar personas, independientemente de sus adscripciones políticas o
sindicales.
- Deben desarrollarse en el terreno de lo social, pero también en el de lo político. Discutir la apropiación de los mecanismos y organismos de decisión, sin dejar de criticarlos y tratar de modificarlos. La participación política buscaría:
- Recuperar la democracia hoy secuestrada.
- Romper el sistema de partidos vigente
- Sin aspirar a democracias perfectas, introducir mecanismos de mejora: formas diversas de participación, control y revocabilidad de cargos electos.
- Buscar mecanismos de participación distintos a las actuales formaciones políticas: carácter de movimiento, esfuerzos por la unidad, búsquedas de consensos por lo menos de mínimos… (Requiere ello un retroceso de lo identitario y de los protagonismos en las organizaciones en que participamos).
- El bien común, como eliminación de las carencias más drásticas, guiaría esos consensos de mínimos.
Todo dicho sabiendo
que nuestra actuación tiene que ser flexible, variable, adaptable a
las circunstancias… lo que nos obliga a mantenernos en una búsqueda
permanente.
Posibles
consideraciones finales
Quisiera mencionar
brevemente tres conceptos o ideas que me son muy queridos.
La
primera sería la de que lo social es algo más que lo social. He
tenido la suerte de conocer a parte de la vieja militancia anarquista
anterior a la guerra del 36, eran personas íntegras, habían
desarrollado capacidades y habilidades múltiples, siempre a favor de
una finalidad superior, adquiriendo un poso, próximo a la sabiduría.
No veo esto en la actual militancia social y sindical. Si nuestra
actuación social no nos cambia a nosotros mismos en zonas profundas,
produciendo una adecuación a alguna especie de mandato que está por
encima, y si eso no se expande y se contagia a nuestros entornos,
algo está fallando en nuestra actuación social. Sin renunciar a la
actuación, la sola presencia tiene que hacerse notar, dejarse
sentir, de lo contrario esa actuación quedará dentro del activismo
agitado que no hace sino añadir diversidad al mundo de la
multiplicidad indistinguible en que estamos instalados.
La segunda sería la
noción griega del límite. Hoy nos salen al encuentro los límites
que nos pone una naturaleza a la que hemos vivido enfrentados, pero
ese concepto del límite es algo más constitutivo de la persona y su
consideración debe servir de baño de realismo y de no vanidad. La
izquierda tiene que ser recuperadora, y no solo en lo material, tiene
que ser resistente al cambio constante, a la movilidad, a la
permanente novedad… Frente al “ser realistas pedir lo imposible”
del mayo del 68, poético y épico pero derrochador, que nos ha
conducido al actual perder lo que a través de generaciones habíamos
alcanzado, tenemos que hacer una vuelta recuperadora, vuelta que
amarre nuestros sueños, por un lado y que los sitúe en su lugar,
por otro. Lo que importa son los cambios que seamos capaces de
introducir en la realidad
Por último, la
tercera idea, también griega, es la de responsabilidad negativa o
culpabilidad. Es un concepto que suscita un fuerte rechazo en la
izquierda, pero el héroe trágico escapa al destino, resta papel a
los dioses y abre puertas a la libertad haciéndose culpable de sus
errores, incluso de los que ha cometido inconscientemente o aun en
contra total de sus intenciones; somos responsables de las
consecuencias que desatan nuestros actos, aunque no pudiéramos
preverlas.
Vivimos en una sociedad
en la que nadie es culpable: de las guerras, de las hambres, de las
políticas sociales injustas… Nuestro mundo está entrando en el
reino de lo necesario (una especie de destino final), quienes tienen
poder de decisión no son responsables de nada ya que hacen “lo que
tiene que hacer”. A partir de ahí, a lo largo de toda la pirámide
social, todo funciona como un mecanismo al que hay que adaptarse,
convirtiendo a las personas en engranajes del mecanismo y quedando
eximidos de cualquier responsabilidad. Aunque se en el último
escalón de ese mecanismo estamos nosotros y la desculpabilización
también juega con nosotros. Los grados de responsabilidad
evidentemente son muy diversos, asumiendo los nuestros no
desculpabilizamos a nadie y es la única posibilidad de exigir
responsabilidades.
¿Qué hemos hecho mal,
o no suficientemente bien –que es lo mismo- para haber llegado a la
situación en la que nos encontramos? Esa es la pregunta que no
podemos dejar de tener presente.
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