viernes, 14 de agosto de 2015

Ponencia presentada en la Cuarta Conferencia Internacional sobre Decrecimiento, Leipzig.


 La conferencia de Leipzig (septiembre de 2014), fue la cuarta de su tipo, después de París (2008), Barcelona (2010) y Venecia (2012), pero la mayor de todas, con unos 3.000 participantes. Se organizaron cientos de talleres, debates y películas o presentaciones de científicos, investigadores, activistas y miembros de organizaciones no gubernamentales que se reunieron para discutir el decrecimiento económico, la sostenibilidad y las iniciativas ambientales.Uno de los ponentes fue nuestro compañero Chema y este es el contenido de su ponencia:




REPARTO DEL TRABAJO DESDE UN PLANTEAMIENTO DECRECENTISTA
Conozco fundamentalmente la situación de mi país, España, y hablaré de la visión que tengo de ella, sabiendo que es posible que no pueda extrapolarse a otras situaciones. El tema que más he trabajado es el de decrecimiento y sindicalismo, y en concreto el del reparto del trabajo.

Sobre la crisis
Aunque su desarrollo sea programado y direccional, la crisis actual tiene componentes reales. Sencillamente el crecimiento ilimitado no es posible, pese a que nuestro sistema económico, el capitalismo, no pueda sino seguir apostando por él y pese a que todas las salidas oficiales a la crisis que nos plantean pasen por un nuevo impulso al crecimiento. Desde ese punto de vista el capitalismo no tiene salida porque no tiene capacidad de frenado ni tiempo para la reflexión, necesita una aceleración creciente para mantenerse. La afirmación de que el capitalismo, ni nuestra sociedad, carecen de salida no quiere decir que no vuelvan a haber repuntes parciales ni una recuperación relativa de la maquinaria productivista, pero no puede ser sino provisional y a costa de un endurecimiento de las condiciones laborales y sociales, volviéndose a nuevas crisis, cada día más profundas, con costes sociales más graves y en ciclos de tiempo cada vez más cortos, lo que nos llevará a un proceso de incremento del sufrimiento y a largo plazo a alguna forma de colapso
Con todo, la crisis solo es algo nuevo para un sector reducido de la población mundial, para la mayoría de ella la crisis es lo habitual. Venimos viviendo en una sociedad cercada. El cerco separa los adentros de las afueras; en el interior el nivel de consumo ha sido elevado, mientras que en el exterior se carecía de los mínimos imprescindibles. Ese cerco, que nosotros dejamos e incluso colaboramos a construir, hoy se va cerrando y va dejando fuera a entornos cada vez más próximos. Y lo previsible es que esa dinámica continúe mientras mantengamos el rumbo del desarrollismo competitivo. Nuestros hijos, buena parte de ellos, van a pagar nuestros errores, que, por otra parte, no dejan de ser suyos.
Nuestros errores, no desaciertos sino errores, consisten en haber consentido, y aun ayudado, a que ese cerco existiera y que dejara fuera a buena parte de la humanidad construyendo una sociedad dualizada. En eso consiste nuestra “culpabilidad”, la que vamos a pagar, la que van a pagar nuestros hijos si no rectificamos. Nosotros no quisimos ver el cerco cuando estaba lejos, por más que sabíamos de su existencia y, desde luego, no lo combatimos. Pero es que ahora estamos perdiendo la oportunidad que nos ofrece la crisis, seguimos sin combatir el cerco, cuando nos es cercano y afecta a nuestros entornos, seguimos defendiendo los derechos de los trabajadores con derechos, los que siguen dentro, y hacemos casi nada por quienes están en paro o en precario, quienes van quedando fuera. Una sociedad tecnificada, más productivista, más depredadora de recursos y que pretenda salir de la crisis mediante el “crecimiento”, será una sociedad guerra y generará cada día más víctimas. En ella el cerco irá estrechándose y acabará por atraparnos.
El decrecimiento es una apuesta sensata, en las sociedades desarrolladas un empobrecimiento en el consumo de bienes materiales es necesario. Además se va a dar sí o sí. El debate es sobre quién lo controle y en qué dirección lo impulse: o lo impulsamos nosotros en beneficio del común y de mayores cotas de igualdad o nos lo impondrá en beneficio de una minoría cada vez más reducida y caminando en la dirección de una sociedad más injusta y desigual. Es esto segundo lo que está pasando. Hoy la mayoría social somos ya un poco más pobres (menos ricos); es un problema pero no es el problema, ese empobrecimiento no debe ocultar ni anteponerse a otros empobrecimientos más drásticos y severos. Una sociedad empobrecida equilibradamente pede ser una sociedad más digna, habitable y humanamente enriquecedora. El problema son las desigualdades, sobre todo cuando se abisman, cuando la generación de riqueza genera a la vez pobreza, cuando ambas conviven, cuando esa desigualdad se exhibe impúdicamente. No hay vida digna posible en una sociedad tan desigual, ni merece la pena que esa sociedad sobreviva.
Todas las salidas a la crisis que nos proponen van en la dirección del acrecentamiento de un desarrollismo competitivo, a la búsqueda de sociedades más ricas aunque más injustas. Pero una sociedad más rica no es posible, no es posible ni deseable, solo vamos a quedarnos en sociedades más injustas. Terriblemente injustas.


El paro
El paro no tiene solución. No va a ser reabsorbido por una nueva etapa de crecimiento como en crisis anteriores. Lo impiden los límites ecológicos, también los impiden la incorporación (perfectamente legítima) de otros países al proceso desarrollista y, por último, lo impiden los avances tecnológicos (que también hay que empezar a cuestionar) que permiten producir cada vez más con menor ocupación. Aunque el paro tuviera solución en el tiempo, el solo hecho de permitir la realidad actual, el que hablemos con normalidad de una generación perdida, no deja de ser un delito del que avergonzarnos. Seguimos defendiendo nuestro bienestar individual, el de la generación instalada, incluso por encima de un malestar mucho más acentuado para nuestros hijos.
Un paro, en España del 25%, es algo que resultaría inconcebible en una sociedad natural o normalizada, que solo puede concebirse en una sociedad enferma. Está enfermo el sistema capitalista: competitividad y productivismo, desigualdades necesariamente crecientes, convivencia del lujo y el despilfarro con la carencia de lo más básico… Pero también está enferma la sociedad que participa en el sistema a través del modelo de desarrollo: consumismo creciente al margen de la calidad de vida, adaptación a injusticias crudísimas.... Y estamos enfermas todas y cada una de las personas que la componemos: individualismo, insolidaridad, inmediatismo… Todos hemos remado a favor de esa enfermedad y a todos se nos ha inoculado. Naturalmente los grados de contribución al actual desbarajuste no son equiparables, ni el asumir la parte de responsabilidad que nos corresponde significa eximir a nadie de las suyas. La sinrazón del “sistema” no puede amparar nuestras deficiencias, al contrario, son las que debemos encarar en primer lugar, y lo cierto es que, sin que signifique volver la mirada para la derecha, hay que reconocer que la izquierda está enferma, lo social está enfermo y el sindicalismo está enfermo.
Basta ver el papel jugado por el sindicalismo en los últimos 30 años. Creíamos desarrollar la capacidad de confrontación de los trabajadores contra el sistema a través de la reivindicación centrada en lo económico; en realidad lo que hicimos fue incorporarlos al capitalismo, vía niveles de consumo. Íbamos tras de la muleta que manejaba el capital, redondeando la faena; nos guiaba la zanahoria que nos mostraban. Creíamos construir otra cosa cuando estábamos fortaleciendo la misma. Naturalmente el terreno fue propicio al pacto, destrozando cualquier atisbo de confrontación y hasta su apariencia, destruyendo toda capacidad de oposición, dejando que lo individual predominase sobre lo colectivo, dejando desaparecer la dignidad del trabajo y de los trabajadores.
El capitalismo actual viene a rematar un sindicalismo manso e incapaz, del que puede prescindir; lo convirtió en su aliado y rehén y ahora ya no lo necesita. Ahora, aunque lo intentase, la capacidad de reacción del sindicalismo es casi nula y tendría que hacerlo en unas condiciones hostiles, en las que la capacidad de dominación e imposición es han desarrollado enormemente. ¿Qué sindicalismo puede hacerse con seis millones de parados dispuestos a trabajar por cualquier salario y en cualquier condición? Todos los convenios actuales son a la baja: flexibilidad, incremento de jornada, disminución salarial, descuido de la salud laboral y las condiciones de trabajo… Del sindicalismo de pacto hemos pasado al de imposición sin necesidad de pacto.
Tampoco intenta el sindicalismo salir de esa situación. El sindicalismo sigue sin intentar afrontar el paro ni la precariedad…, aunque a mínimos, sigue ejerciéndose pensando en los trabajadores con derechos, los únicos que otorgan representatividad, quienes sustentan el triste poder sindical.
¿Qué salida a la crisis propugna el sindicalismo? La misma que Rajoy con pequeños matices: quiere volver a una etapa desarrollista, estaría perfectamente dispuesto a vivir en una sociedad más injusta siempre que fuera más rica y las migajas que le cayeran fueran mayores.
Cuando se le plantea el reparto del empleo, enseguida aparecen las pegas, por la derecha y por la izquierda. El sindicalismo más rácano no estará dispuesto a asumir mensajes que no favorezcan a su clientela (el trabajador fijo y con derechos) y puedan poner en cuestión sus rutinas; el más radical apelará a que la crisis deben pagarla quienes la han generado, sin querer ver quién la está pagando en la realidad. No hay ganas, todo son excusas.
Nuestra sociedad va a empobrecerse. El problema es si queremos nosotros conducir ese empobrecimiento caminando hacia una sociedad más justa e igualitaria o, intentando salvarnos individualmente, dejamos que nos empobrezcan en su provecho y caminando hacia una sociedad cada día más injusta. La mayoría de la sociedad somos hoy un poco más pobres que hace cinco años, pero no todos nos empobrecemos en la misma medida. En ese empobrecimiento hay una barrera de separación radical y neta aunque sea fluctuante: la de estar por encima o por debajo de la posibilidad de afrontar las necesidades vitales.
La razón del sindicalismo debiera ser afrontar es esa barrera, todo lo demás es eludir el problema. Pero no lo hacemos, seguimos refugiados n los terrenos más suaves de frenar el retroceso de las condiciones laborales y salariales de los trabajadores con derechos. No hacerlo significa pérdida de contundencia y credibilidad. No es creíble la exigencia de reparto sin disposición a repartir. No es creíble la exigencia de trabajo (empleo, aunque también haya que referirse a otros trabajos) digno para todas las personas sin disposición a repartirlo. No es creíble la exigencia de que se dé más a quienes tienen menos, si quienes tenemos más de lo suficiente no estamos dispuestos a quedarnos con menos. Sin esa predisposición nos volvemos individualistas y conservadores. Sin trabajar sobre esa franja de separación entre el llegar a la cobertura de las necesidades básicas o quedar por debajo de ella, el sindicalismo ni merece la pena.
La jornada de trabajo no esta en la agenda sindical, no existe ninguna propuesta al respecto. El sindicalismo sigue dejando fuera a personas con empleo precario o en paro. El reparto del empleo habría que afrontarlos por solidaridad, por supuesto, pero también por necesidad del propio sindicalismo, y también por un ansia de vivir mejor a la que hemos venido reduciendo a la de incrementar los niveles de consumo, ya que siendo cierto que el nivel de consumo, cuando se refiere a unos entornos cercanos a los de las necesidades básicas, tiene relación con la calidad de vida, cuando se despega de ellos deja de tenerla.

La insuficiencia del reparto del trabajo
Cierto que el reparto del empleo no será suficiente. Hay que cuestionar la reducción del trabajo a empleo (el trabajo ligado a un salario), la equiparación entre ambos conceptos que ha operado el capitalismo, que no siempre ha existido y que hemos acabado por aceptar, haciendo que carezca de valor cualquier actividad que no esté monetarizada. Hasta nuestro ocio está monetarizado..
Eso ha tenido unas consecuencias importantes, no solo en la apropiación de nuestro trabajo y de toda nuestra actividad, incluido nuestro ocio, por un capitalismo que lo invade todo. Una de las consecuencias es la pérdida total de autonomía, especialmente en sociedades macro, que nos hace totalmente dependientes y, por tanto, sin capacidad de decisión, sin poder. Otra es la penetración de la concepción de la calidad de vida o del vivir bien equiparada a los niveles de consumo. Otra la no solo apropiación de nuestro tiempo sino la ordenación que de él hace; nuestro tiempo, que es nuestra vida, es un tiempo mecanizado a través de la división jornada/asueto que se rige o se adapta a las exigencias del capitalismo, desligándose de cualquier otra referencia: la climatología, las tradiciones, los estados de ánimo, las necesidades no monetarizables…
Con todas las dificultades, dado que todas estamos dentro del capitalismo y apresados por la mentalidad inducida, la crisis y un más que probable post-capitalismo nos obliga a repensar el concepto de trabajo. Sin desmitificar el empleo, como aportación obligada a la satisfacción de necesidades vitales demandadas por la sociedad, tampoco podemos seguir mitificándolo. No podemos reducir el trabajo al empleo, ni es posible que todos los derechos (sanidad, pensiones, subsidio de desempleo…) queden ligados a él.
Si solo es el salario lo hace necesario el trabajo, ¿sería inoportuna la existencia de una renta básica universal, a la vez que los derechos dejan de estar ligado al empleo?

Insuficiente pero necesario. Por el reparto del trabajo.
El paro no tiene solución dentro de las dinámicas dominantes. Las propuestas del sistema sobre reparto del trabajo tienen por objetivo la precariedad extrema. No va a existir reactivación económica capaz de absorberlo como lo que hoy consideramos empleo a jornada completa; tampoco sería conveniente, supondría volver a la situación que nos ha traído a ésta en que ahora estamos y volveríamos a repetir el ciclo pero con los problemas más agravados y menos solucionables. Necesitamos un cambio de orientación, que en nuestras sociedades desarrolladas significa un aminoramiento del dueto producción/consumo, dentro del cual, la única forma de acabar con el paro es mediante medidas de reparto del empleo.
Propugno el reparto del empleo (y de los trabajos) desde una postura decrecentista, desde la conveniencia de una sociedad más pobre en lo material, a la que vamos a caminar aunque sea contra nuestra voluntad, desde el intento de asumir nuestra responsabilidad como única forma de romper la irresponsabilidad generalizada, desde la pregunta sobre qué exige de nosotros la actual situación.
Como el empobrecimiento, el reparto del empleo o lo impulsamos o nos lo impondrán. Es más, ya nos lo están imponiendo; cada día que nosotros dejamos pasar sin impulsar una forma de reparto del empleo, el capital trabaja a favor de “su” reparto vía precariedad (que no es solo eventualidad), miniempleos y degradación sin fin de las condiciones laborales y salariales.
El capitalismo ha conseguido imponer una sociedad en la que quien no tiene empleo lo tiene francamente mal. Es el empleo quien da acceso a una ciudadanía y a una integración social plena, que han dejado de ser una cuestión política (legal) para pasar a ser económica (del mercado). La asistencia sanitaria, el subsidio de desempleo, las pensiones, el acceso a la vivienda… dependen de nuestro acceso al empleo, y éste del mercado.
Cuando hemos dejado que muchos aspectos de nuestra vida dependan del empleo, se nos dice que no hay empleo y la oferta es su degradación y precarización. Hasta los años 80 lo normal era el empleo estable y en condiciones laborales y económicas paulatinamente mejoradas, hoy lo normal es la precariedad. Pero el empleo estable nos permitía vivir nuestra vida, la precariedad no; hoy los pobres con trabajo son una categoría social, y la movilidad social se ha hecho unidireccional, descendente.
La precariedad es una cuestión política, de marco legal, de opción. Es la opción del capitalismo como modo de estabilizar su enorme capacidad de dominación alcanzada a través de los desarrollos tecnológicos (capital) y la forma de globalización que han desarrollado. Es, en definitiva, una expresión o ejercicio por su parte de la lucha de clases y la mucha preponderancia que en ella han adquirido.
A todo esto no veo otro horizonte de actuación que el impulso del reparto del empleo. Asumiendo que un determinado empobrecimiento relativo y un determinad reparto del empleo va a ser una realidad y que estamos dispuestas a ser quienes los determinemos. De momento nos lo están imponiendo, para generar una sociedad cada día más desigual e injusta. Es cuestión de si, encerrados en nuestro individualismo o corporativismo, nos dedicamos a frenar el retroceso de nuestras posiciones o si somos capaces de impulsar otras formas de empobrecimiento y reparto. El problema no es el nivel de bienestar material que podamos alcanzar sino las desigualdades que seamos capaces de soportar.
El reparto del empleo no hay que planteárselo solo como un paliativo a los efectos de la situación actual, no debe quedar como un conformista reparto interno entre los trabajadores, ni como actitud solo ética y personal. Al contrario, hay que hacerlo como actitud social y política, como opción estructural y de modelo de sociedad, como recuperación de la confrontación y de la necesaria unidad para emprenderla. Como cuestionamiento del capitalismo y como recuperación de una actitud de hostilidad en la lucha de clases que nos tienen planteada de forma tan férrea como inteligente.
Hay que entender que el reparto del empleo es lo sustancial, mientras que las formas en que lo consigamos -con o sin disminución salarial- siendo muy importantes no dejan de ser la circunstancia, y que si hoy por cuestiones de forma dejamos de impulsarlo con decisión, mañana lo haremos desde posiciones mucho más retrocedidas y en peores condiciones, o simplemente acabarán por imponérnoslo por extensión de la precariedad.
Hay que plantearlo con incremento de la masa salarial, esto es con aportación de los beneficios empresariales. El salario individual puede que tenga que disminuir pero la masa salarial ha de aumentar. La disminución salarial no tiene porque ser equivalente a la disminución de jornada, y dependerá de la correlación de fuerzas que seamos capaces de establecer en ese impulso por el reparto. Tampoco esa disminución de salario individual debe aplicarse en igual porcentaje a salarios diferentes, debe hacerse con disminución importante de los abanicos salariales. Naturalmente el horizonte pasa porque la reducción de jornada y la generación de empleo equivalente, que hay que ejercer individual o colectivamente y que hay que plantear en cada convenio, termine por implantarse por ley.
En tanto no se consiga esa implantación legal, cada empresa tiene que buscar fórmulas de reparto en función de sus características y organización. Por supuesto la administración, los servicios y las empresas públicas debiera resultar el terreno más propicio a estos planteamientos y debiera ser campo en el que impulsar medidas que luego pudieran generalizarse.

Otras consideraciones
Quisiera hablar para finalizar de algunos aspectos tangenciales pero importantes: el uno estaría relacionado con el cómo se plantea “la izquierda” el peso o la relación entre derechos y exigencias, que creo uno de los síntomas de una enfermedad grave que nos afecta. El otro sería el de nuestros métodos de actuación y presión, campo que considero el más retrocedido y que debe situarse en el centro de nuestras preocupaciones.
Las “izquierdas” seguimos funcionando dentro del esquema reivindicativo clásico, reclamando nuestros derechos sin cuestionarnos si la realidad que vivimos y la posición que en ella ocupamos, nos obliga a que las exigencias que esa realidad nos plantea estén situadas en un nivel superior a la de los derechos que podemos, y quizá debemos, exigirle. El escaparnos de las exigencias propias es característico de la sociedad en la que ha desaparecido cualquier atisbo de responsabilidad (me refiero a la responsabilidad negativa o “culpa”), una sociedad instalada en la impunidad. Nadie rinde cuentas, nadie tiene responsabilidad alguna y tampoco nosotros estamos dispuestos a asumir las nuestras, lo que implica que tampoco se las vamos a exigir a otros con convicción. La no asunción de culpabilidad se convierte en complicidad.
Vivimos en una sociedad que se nos presenta como una máquina, con una economía con leyes propias que afecta a todos los aspectos de la vida política y social, una sociedad que ha escapado a cualquier voluntad humana, en la que todo sucede necesariamente. Lo que hay es lo que hay, y lo que hay que hacer es lo que hay que hacer.
En la sociedad de lo necesario nadie es responsable de nada. Nuestros políticos hacen lo que pueden hacer, lo que tiene que hacer, las tareas que le vienen dadas por los dictados económicos. Y toda la pirámide social se convierte en una cadena de transmisión de sometimiento a lo necesario, de la carencia de responsabilidad. Así actúan todas las jefaturas, desde las más altas hasta los escalones inferiores. Han dejado de ser personas, son piezas de un engranaje.
Pero llega un momento en que esa cadena de (ir)responsabilidad y sometimiento llega hasta nosotros: podemos colaborar, obedecer con menores o mayores resistencias, o desobedecer. Pero tendrá que haber necesariamente un tope, una barrera que no estemos dispuestos a cruzar, un algo que estemos obligados a hacer o a no hacer, por encima de todo, por encima de las consecuencias. En caso contrario hemos dejado también de ser personas y nos hemos convertido en piezas del engranaje.
La sociedad actual nos está planteando exigencias a cada una de las personas. No podemos quedarnos anclados en la defensa de nuestros derechos. De ellos solo podemos considerar tales aquellos que sean universalizables, y tenemos que empezar a asumir las exigencias que la situación actual nos plantea. Los campos en los que planteárnoslo son amplios y diversos, desde el consumo y nuestros modelos de vida, a las actitudes y posturas en lo laboral, la fiscalidad, lo político...
Plantearse esas exigencias es sumir nuestras responsabilidades, hacernos “culpables” de lo que está ocurriendo. Lo cual no significa desculpabilizar a otros sujetos, al contrario: nunca seremos capaces de exigir responsabilidades a quienes más las tienen si no estamos dispuestos a asumir las nuestras.
Impulsar el reparto del trabajo, siendo necesario para la recuperación del sindicalismo y el avance hacia una sociedad más justa, significaría también un avance en la calidad de vida y en el bienestar, diferenciados claramente de los niveles de consumo, mayor tiempo para el ocio, el crecimiento y la participación en todo tipo de trabajos y actividades. La crisis debiera haber sido nuestra oportunidad de reacción, sin embargo estamos dejando que la utilicen en contra nuestra.
Afrontar la crisis y las taras que nos platea ayudaría en la dirección de búsqueda de nuevas formas de actuación, hoy muy retrocedidas en su capacidad de presión. Las concentraciones, manifestaciones, incluso las huelgas tal y como las ejercemos están perdiendo capacidad de presión ante un poder que cada día conquista grados de inmunidad. Reflejan, por otra parte, un grado de convicción y de decisión carentes de firmeza, no afectando centralmente a nuestras vidas que transcurren al margen de sus resultados. Necesitamos posturas que arranquen más desde nuestro compromiso vital, que sean la politización de lo que hacemos (no de lo que reivindicamos, la reivindicación hoy está próxima al “me gustaría”, pero carente de convicción), que se mantengan en el tiempo, que no esperen a la mayoría, aunque no renuncien a conquistarla por contagio. Nuestra toma de posturas personales en torno al reparto del trabajo hay que intentar que se traduzcan en formas de confrontación y de politización, buscando nuevos métodos de actuación cercanos a la objeción de conciencia o la insumisión, que nos permitan reapropiarnos de nuestras vidas, sacarlas de las pautas que nos marcan y contrarrestar las capacidades de dominación que han desarrollado.
Y, naturalmente, el reparto del trabajo, siendo imprescindible, no puede considerarse la única vía de afrontar la actual situación. La renta básica universal, la fiscalidad, el cuestionamiento del pago de la deuda, la opción por procesos de trabajo intensivos en mano de obra y no en energías y tecnologías, el consumo de cercanía, la mayor dedicación a los cuidados, la cultura… son otros muchos aspectos a considerar.

Una pequeña experiencia
Entre los grupos en los que participo en la ciudad en que vivo, Pamplona, están la CGT, un sindicato minoritario, y Banatu, un colectivo por el reparto del trabajo que a su vez forma parte de un grupo decrecentista. Animado por ambos inicié hace tres años una reducción voluntaria del tiempo de trabajo: dejaba de trabajar un mes de cada cinco para que trabajase otra persona y repartir así parte de mi trabajo. Naturalmente lo que me interesaba era darle a lo que hacía un carácter político y de confrontación, pero como era en un acto voluntario tampoco daba mucho de sí, únicamente como la sustitución que me ponían era inferior al 100% hacía pequeños actos de protesta y denuncia pública, como forma de dar a conocer el reparto del trabajo y exigir que la administración pública lo favoreciese.
En el segundo semestre de 2012 nos aplicaron un incremento de la jornada de 36 horas anuales y me negué a realizar ese incremento horario alegando motivos de conciencia. Se me abrió un expediente disciplinario lo que me permitió dar un paso en ese carácter de confrontación:
  • Recabar el apoyo d diversas organizaciones sindicales.
  • Recoger entre personal de sanidad firmas de apoyo y autoinculpaciones.
  • Entregar esas firmas haciendo una concentración delante de las oficinas de mis jefaturas.
  • Alcanzar una resonancia mediática fuerte en Navarra y también algo en otros ámbitos.
En definitiva con la reducción voluntaria de jornada conseguí colocarme en buena posición, en una posición que hiciera entendible ese pequeño acto de desobediencia y que suscitara simpatías y apoyos, y rechazo contra la postura de la Administración de incrementar la jornada de trabajo.
Naturalmente es una actuación muy deficiente, excesivamente visceral y personal, que debimos haber intentado extender y colectivizar más…, pero por algo hay que empezar. La medida de incremento de jornada fue revocada para el año 2013 con lo que no pudimos intentar darle más continuidad a actitudes de ese tipo y hacerlas más colectivas y potentes.

Contestación a dos preguntas que me mandan por correo
¿Cómo deberá cambiar el trabajo en la sociedad post-crecimiento?

La sociedad post-crecimiento puede presentar tres escenarios posibles:
  1. La permanencia del modelo capitalista actual
  2. Un crac o derrumbe del actual modelo capitalista
  3. Su aterrizaje más o menos accidentado.
La primera hipótesis, la más previsible y a la que parece que estamos dirigiéndonos, sería la de un capitalismo global pero en bloques distintos y en pugna. Sería un capitalismo satisfactorio para cada vez menos personas, un capitalismo guerra en un mundo militarizado y policial con mecanismos poderosísimos de control y represión. El trabajo sería escaso y extremadamente precario. Previsiblemente la contestación social sería difícilmente articulable y la contestación se produciría en formas de explosiones con escaso contenido social, con grados altos de violencia en una especie de “sálvese quien pueda”.
La segunda sería una quiebra del modelo actual de producción y distribución que provocaría un caos social fuerte, en el que sobrevivirían mejor quienes hubieran desarrollado formas alternativas de economía autónomas respecto al capitalismo actual.
La tercera hipótesis significaría poner freno al modelo productivista consumista, freno para el que el capitalismo actual carece de capacidad y que tendríamos que ejercer los movimientos sociales y sindicales.
Mi opción es la de trabajar hacer posible la tercera opción y la de impulsar todas las posibilidades que prevean la segunda.
Implica la percepción de que nuestra sociedad no puede vivir sin capitalismo pero tampoco con él y que hay que repensar totalmente el concepto clásico de revolución que tenemos en mente; que la lucha por la justicia social tiene que llevar implícita la lucha contra el modelo de desarrollo que el capitalismo propone, algo que el movimiento obrero abandonó muy tempranamente dejándose imbuir de un progresismo inicialmente noble, que posteriormente perdió esa nobleza siendo factor de impulso de las propuestas del capital.
Estaría sustentada esta propuesta sobre dos tesis:
  1. Avances tecnológicos, desarrollismo, competitividad e incremento de las desigualdades formas un todo unitario.
  2. Nosotros estamos dentro y formando parte del capitalismo.
Que dándole la vuelta se podrían formular como:
  1. La lucha por una sociedad más justa e igualitaria solo es posible dentro de una propuesta decrecentista.
  2. No hay posibilidad de luchar contra el capitalismo si no lo hacemos simultáneamente contra nosotros mismos.
Formulándolo de otra forma podría decirse: el desarrollismo requiere de una concentración de capital y de una acumulación de riqueza crecientes. La lucha por mayores cotas de igualdad y justicia social pasa por cuestionar el crecimiento y, con él, nuestras formas de vida.
Podemos aceptar que somos una sociedad que va a empobrecerse, la cuestión es si dejamos que nos empobrezcan en la dirección de un capitalismo superdesarrollazo, competitivo y abismalmente desigual o intentamos nosotros gestionar nuestro empobrecimiento, en la dirección de una sociedad menos desigual. Ello implica trabajar preferentemente sobre las desigualdades en la franja de separación entre quienes carecen de los mínimos vitales y quienes están por encima de ellos.
Tres vías de trabajo:

Hay una corriente nada despreciable que toma la decisión de salirse del capitalismo y construir experiencias de creación de islas de economía y vida al margen de él, con autonomía absoluta. Son experiencias normalmente ligadas a una economía de subsistencia, muy ligadas al sector primario y al mundo rural. Son experiencias recuperadoras. Aceptando partir de una apuesta inicial calificable de primitivista, intentan la reconstrucción de un modelo propio hasta unos límites que consideran humana y ecológicamente sostenibles y gratificantes, mediante la coordinación con experiencias similares: intercambios de cercanía, algún grado parcial de especialización, abordaje en común de necesidades difíciles de satisfacer en unidades pequeñas… Naturalmente serán las realidades más resistente y mejor preparadas en el caso de una quiebra del capitalismo.
Una segunda opción consistiría en la búsqueda de una autonomía parcial a través de redes tanto de consumo como de producción, manteniendo también la apuesta por la cercanía, la respuesta a necesidades básicas, criterios ecológicos… Estaría integrada por cooperativas de consumo, empresas de economía solidaria, comercios de trueque, bancos de tiempo, búsqueda de soluciones comunitarias a problemas como el transporte…, que, en la medida en que avanzan van abarcando campos de más envergadura y mejorando sus formas de funcionamiento: moneda propia, banca ética aliada, empresas alternativas en energía… A la vez procuran expandir su influencia en sus entornos próximos, comercios de barrio, pequeñas empresas o trabajadores autónomos…
Ambas opciones, la primera más drástica y más posibilita la segunda, rompen por lo menos parcialmente con la escisión trabajo/empleo introducida por el capitalismo.
Por último, para quienes difícilmente podemos fabricarnos una autonomía, queda el trabajar por variar la actual forma de producción y las relaciones laborales.
Fomentar trabajos intensivos en mano de obra (cuidados, educación y cultura…) y las inversión preferente en mano de obra frente a la tecnología en aquellos que sea posible (Traperos, administración, trabajos contratados por la administración…)
Prioridad sindical sobre todo lo que signifique condiciones laborales: ritmos y condiciones de trabajo, flexibilidad a disposición del trabajador: jornadas reducidas, años sabáticos, permisos sin sueldo…
Disminución horaria y reparto del trabajo.

2 ¿Cuáles serán las consecuencias de estos cambios para los sindicatos y para la lucha de clases?
Si los cambios se producen en la dirección que nos viene imponiendo el resultado va a ser en lo laboral el de la precariedad extrema y la degradación de las condiciones laborales en cotas cada vez más bajas, similar degradación se dará en todas las garantías sociales (vivienda, sanidad, educación, pensiones, coberturas…). Todo ello unido a esa previsible militarización de las relaciones internacionales y la policialización e incrementos represivos internos daría como resultado las condiciones más adversas para cualquier forma de recuperación del sindicalismo y de la lucha de clases, que, me temo, daría paso a formas de conflictividad violentas, explosivas e incapaces de estructuración colectiva y más dentro de un sálvese quien pueda y del incremento de una sociedad caos. Creo que es el escenario para el que el capitalismo, el poder, se están preparando y ensayando en Grecia, Ucrania, los países árabes… y en cada uno de nuestros países, en las que las medidas de control, represión, tanto administrativa como policial, están incrementándose rápidamente en la forma de ir desactivando todo lo que es contestación social y colectiva. Temo, además, que la izquierda, en la que siguen funcionando los mitos generados a la fórmula clásica de “revolución”, ayudaremos a que las cosas se desarrollen en esa dirección, sin saber encontrar formas de presión eficaces y que se mantengan en los terrenos propicios, sin dejarse arrastrar a otros en los que el poder se desenvuelve con más facilidad.
Pienso, por tanto, que el trabajo que no hagamos ahora, buscando salidas a la crisis menos desfavorables, difícilmente lo recuperaremos en esa situación, y que es de ese trabajo social actual de lo que tenemos que preocuparnos.
He hablado en la pregunta anterior sobre las tareas a nivel laboral-sindical. Hablaba de fomentar los trabajos intensivos en mano de obra, trabajar preferentemente sobre las condiciones laborales más que sobre las salariales, el reparto del empleo y la flexibilidad en función del trabajador. Todo ello dirigido a trabajar contra las desigualdades y, preferentemente en esa franja que divide el por encima o por debajo de la posibilidad de cobertura de las necesidades vitales. Lo que nos plantea que la reclamación de derechos, que no hay que abandonar, tiene que estar ligada al cuestionarnos las exigencias que la situación actual nos plantea a los trabajadores todavía bien posicionados y que estamos netamente por encima de esa franja diferenciadora.

Un segundo aspecto que me parece importante es trabajar sobre la ligazón entre lo sindical y lo social, y por hacer un sindicalismo, digámosle, político o generalista, sin esa ligazón el sindicalismo queda muy atrapado por las dinámicas que marca la empresa:
  1. Sin preponderancias.
  2. Nivel salarial ligado a los derechos de vivienda, sanidad, educación.
  3. Renta básica universal
  4. Derechos ciudadanos no ligados al empleo
  5. Amortiguación de las desigualdades y universalidad de los derechos mínimos en el nivel que seamos capaces de alcanzar.

Pienso que un capítulo aparte hay que dedicarle a los métodos de confrontación y lucha, hoy muy retrocedidos por los fuertes mecanismos de dominación desarrollados.
  • Los métodos de lucha tradicionales solo podrían recuperar eficacia si somos capaces de plantearlos de forma muy generalizada, nivel europeo mínimo.
  • Hay que desarrollar nuevos métodos de lucha, capaces de superar el mayoritarismo en que ha estado basada la lucha sindical. Siempre con aspiración a la mayoría, no podemos estar esperando y tenemos que buscar formas de hacer minoritarias e incluso individuales, que nos saquen del rol de engranajes o eslabones de lo que nos viene dado; marcar topes a lo que no estamos dispuestos a hacer (o a dejar de hacer) cualesquiera que sean las consecuencias que de esa actitud se deriven y ver como esas tomas de postura éticas o individuales las convertimos en políticas, abriendo campos a formas de lucha próximas a la objeción de conciencia o la insumisión. Nuestras vidas tienen que ser parte de nuestras formas de lucha e implicarse en ellas.
  • Por último hay un campo grande a recuperar en lo concerniente a lo qué, dónde y cómo compramos, cómo gastamos el dinero o ahorramos… En definitiva todo lo ligado a nuestros estilos de vida y de relacionarnos.

Por último creo que hay que plantearse muy seriamente el tema de la política. Hoy el poder económico ha conseguido una total dominación sobre lo macro o general y desde ese poder sobre lo general ejerce una dominación férrea, que nos está resultado insuperable, sobre lo concreto y particular. Es cierto que siempre hemos intentado dar a nuestras actuaciones en lo concreto una dimensión política, pero creo que, sin abandonar esa actuación e incluso manteniéndola como preferente, tenemos que plantearnos la participación en lo específicamente político, la política existente, las instancias de decisión hoy existentes, sin abandonar la lucha por cambiar esas instancias.
  1. En la actualidad la política está secuestrada y es inexistente. Todas nuestras luchas parciales y concretas se estrellan contra un muro construido en torno al reino de la necesidad dictado por la economía como ciencia objetiva. Una recuperación de lo político, de la ruptura de ese reino de la necesidad establecido, de la recuperación de la capacidad de decisión, me parece importante.
  2. Para ello necesitamos impulsar otras formas de hacer política capaces de romper con el sistema de partidos, nefasto políticamente y cuya perversión se irradia a la sociedad. Unas formas que, aunque sin aspirar a la democracia directa, introduzcan mecanismos de control participación, revocabilidad…
  3. Ese abordaje de la política solo podría hacerse desde el desarrollo y la aceptación de la idea del “bien común”, no fundamentalmente como bien de la mayoría sino como eliminación de los males y las situaciones de carencias más graves, aunque sean de una minoría.
  4. Ese abordaje requiere una lucha interna en nuestras organizaciones y organismos que hagan pasar a un muy segundo plano todos los elementos ideológicos, identitarios, organizativistas, etc.
  5. Eso nos permitiría una actitud que intente romper las barreras instaladas en nuestra sociedad por el largo funcionamiento de sistema de partidos y que, a mi entender, debe llagar hasta la abolición de la escisión entre izquierdas y derechas, hoy inservible por la adhesión de elementos añadidos que esos conceptos han adquirido y que los convierten en un pak no útil.
  6. Lo que nos jugamos hoy, en última instancia, no es solo de si vamos a ser una sociedad de uno u otro tipo. Como trasfondo está un problema de mera supervivencia. Es esa supervivencia la que se nos convierte y de la que se deriva que tengamos que plantearnos lo que la sociedad exige de nosotros en el mismo plano de los derechos que de ella podemos demandar.
Por último quisiera añadir que lo aquí dicho, como cualquier discurso que hagamos y que debemos hacer, solo puede entenderse con un carácter de provisionalidad, que nada garantiza que lo que hoy vale, vaya a tener validez mañana, y que la actuación y la reflexión social tienen que mantenerse abiertas y en permanente cuestionamiento, que todo tiene que ser un ejercicio de prueba y ajuste, y que de nada sirve la razón si no es capaz de ejercerse y convertirse en factor de cambio.

Contestación a las preguntas definitivas tras la preparación de la mesa en Leipzig el día anterior a su celebración
¿En qué relación se encuentran el crecimiento del PIB, el trabajo, la productividad, el bienestar/la calidad de vida y el consumo de recursos y la generación de emisiones?, ¿hasta qué punto pueden desacoplarse los unos de los otros sin crear efectos negativos?, ¿cómo han evolucionado hasta ahora y cómo deberían hacerlo en el futuro?

El desarrollo en lo material, la productividad, la competitividad y el incremento de las desigualdades forman un todo unitario. Admitir las primeras es cargar con la última.
Intentar volver al crecimiento económico, a la situación anterior a la crisis, sería un error, una vuelta al punto de partida que nos ha traído a la actual situación, lo que degeneraría en crisis cada vez más profundas, en ciclos cada vez más cortos y con costes sociales más altos. Ni las políticas recesivas ni las expansivas nos sirven. Necesitamos un cambio de orientación que nos saque de la economía ciencia objetiva y finalidad en sí misma. Tenemos que decir un no decidido a sociedades más ricas pero más desiguales e injustas.
En España se está produciendo un deterioro general de las condiciones de trabajo, pero sobre todo una escisión profunda entre el trabajador “bien posicionado” respecto al parado, precario, etc. Nuestra intervención tiene que dirigirse, preferentemente sobre esa línea de separación entre quienes carecen de lo necesario y quienes tienen acceso a lo superfluo. Tenemos que asumir la gestión de nuestro propio empobrecimiento en la dirección de más igualdad y mejor reparto, sin dejar que nos lo gestionen en la de incremento de los beneficios y las desigualdades. Sin predisposición a repartir nuestras exigencias de reparto no son creíbles.
El desacoplamiento de esos vectores tiene que partir de la recuperación del buen vivir/calidad de vida, separándolo del crecimiento del consumo. Siendo verdad que entre ellos existe una relación, en nuestras sociedades esa relación se ha roto, pasando a prevalecer el consumismo y con él la cantidad sobre la calidad, la prisa y lo inmediato sobre la disposición de tiempo, la abundancia sobre la satisfacción…
A recuperarlo tiene que ayudarnos la noción de bien común, entendiéndolo más que como el máximo bienestar de una mayoría, como la eliminación de los malestares más graves aunque afecten solo a una minoría.
Significa eso que, en cuanto personas que queremos ser activas socialmente tenemos que plantearnos no solo los derechos que podemos demandar de la actual situación sino también y sobre todo las exigencias que esta situación (no sus poderes ni sus instituciones) demanda de nosotros. Existen algunos algos que no podemos hacer y otros que debemos hacer, pese a las repercusiones que puedan acarrearnos. Se trata de recuperar nuestra condición de personas rompiendo con la de engranaje del mecanismo que nos domina.
Poner en común y hacer colectivas esas exigencia me parece uno de los retos que tenemos por delante.

¿Qué circunstancias suponen cada vez más presión?, ¿cómo habría que definir los criterios de “buen trabajo?
La competitividad es el gran factor de aceleración de los actuales desajustes.
El capitalismo guerra (competitivo) desplaza la competitividad de las empresas matriz a las subsidiarias y externalizadas, para acabar recayendo en última instancia sobre los trabajadores, que tendrán que estar dispuestos a trabajar más, en peores condiciones y por salarios más bajos. Se establece competitividad entre parados y activos, entre precarios y fijos, entre trabajadores de la empresa matriz y las de los procesos externalizados, también entre trabajadores de la empresa matriz en distintas localizaciones… y así indefinidamente.
El carácter competitivo del capitalismo hace que este haya perdido toda capacidad de frenado e incluso de reflexión. Pararse es ser sobrepasado y desaparecer. Esa capacidad de reflexión y frenado es la que tendríamos que batallar desde los movimientos sociales y sindicales, a sabiendas de que tampoco estamos fuera, sino que formamos parte.
Frente a trabajo competitivo, trabajo colaborativo. Un buen trabajo sería aquel que:
  • Es significativo en cuanto da respuesta a necesidades humanas, y preferentemente a las más básicas. Un trabajo digno es un trabajo que sirve.
  • Es realizador de nuestras habilidades y capacidades físicas, mentales y espirituales.
  • Su dirección está en nuestras manos, lo controlamos decidiendo colectivamente los cuántos y los cómos.
  • Se realiza en buenas condiciones de salud y respeto.
  • No está supeditado y puesto en función de los desarrollos técnicos (algo que hay que empezar a cuestionar), sino a la inversa.
  • Va rompiendo o suavizando la escisión entre trabajo y empleo.
  • Permite ser adaptado a un superior buen vivir, distinto para cada persona y circunstancia, por lo que debe permitir flexibilidad en ritmos, tiempos y formas de ejercerse.
  • No excluye a nadie sino que está dispuesto a acoger repartiéndose. El reparto del empleo y de los trabajos forma parte importante de la propuesta por el decrecimiento y de toda propuesta anticapitalista.

¿Qué instrumentos parecen adecuados para caminar en esa dirección?, ¿qué oportunidades nos brinda la transformación hacia una sociedad de servicios?, ¿qué actores y alianzas deben establecerse?
La puesta en cuestión del capitalismo requiere poner en cuestión el modelo de desarrollo que él ha generado, que forma parte de él y en el que estamos profundamente inmersos. La confrontación con el capitalismo para que sea real tiene que irnos sacando del capitalismo y desarrollando elementos de cambios en lo inmediato y cotidiano. La lucha social es una lucha por la vida y en ella tiene que estar implicada nuestra vida. Entre los instrumentos para esta evolución propondría:
  • Ir cambiando nuestras formas de vida, consumo y ahorro. Austeridad, en la medida de lo posible consumo cooperativo y en relación directa con los productores, boicot a las grande marcas y superficies, recuperación de la relación entre valor y precio, ahorro en bancas éticas o préstamos directos a proyectos de interés social, no domiciliación de cobros y pagos…
  • Fomento de puestos de trabajo intensivo en mano de obra y no en uso de tecnologías y energías. Tecnología la necesaria y posible para estar al servicio de las personas y no a la inversa. La administración pública tendría que ser pionera en esta nueva orientación y exigirla a las empresas con las que contrata. Los trabajos de cuidados, educación, cultura, servicios, debieran fomentar la empleabilidad.
  • No se trata de todas formas de generar puestos de empleo no necesarios, sino de repartir el empleo existente y necesario. El capital impulsa el reparto del empleo vía precariedad, como forma de consolidar su dominación, nosotros tendríamos que impulsarlo en la vía de una mayor igualdad y como recuperación de la capacidad de confrontación
En cuanto a alianzas tenemos que impulsar todos los entrelazados entre las diversas problemáticas sociales y los movimientos que tratan de darles respuesta, coordinando sus actuaciones y dándoles la dimensión política que es unitaria.
Las alianzas que debemos impulsar han de ser algo distinto a la suma de siglas diversas. Habrá que tener en cuenta las siglas, pero siempre intentando trascenderlas. Estas alianzas tendrán un carácter más de iniciativas o de movimiento que de organización y tratarán de sumar personas, independientemente de sus adscripciones políticas o sindicales.
  • Deben desarrollarse en el terreno de lo social, pero también en el de lo político. Discutir la apropiación de los mecanismos y organismos de decisión, sin dejar de criticarlos y tratar de modificarlos. La participación política buscaría:
  • Recuperar la democracia hoy secuestrada.
  • Romper el sistema de partidos vigente
  • Sin aspirar a democracias perfectas, introducir mecanismos de mejora: formas diversas de participación, control y revocabilidad de cargos electos.
  • Buscar mecanismos de participación distintos a las actuales formaciones políticas: carácter de movimiento, esfuerzos por la unidad, búsquedas de consensos por lo menos de mínimos… (Requiere ello un retroceso de lo identitario y de los protagonismos en las organizaciones en que participamos).
  • El bien común, como eliminación de las carencias más drásticas, guiaría esos consensos de mínimos.
Todo dicho sabiendo que nuestra actuación tiene que ser flexible, variable, adaptable a las circunstancias… lo que nos obliga a mantenernos en una búsqueda permanente.

Posibles consideraciones finales
Quisiera mencionar brevemente tres conceptos o ideas que me son muy queridos.
La primera sería la de que lo social es algo más que lo social. He tenido la suerte de conocer a parte de la vieja militancia anarquista anterior a la guerra del 36, eran personas íntegras, habían desarrollado capacidades y habilidades múltiples, siempre a favor de una finalidad superior, adquiriendo un poso, próximo a la sabiduría. No veo esto en la actual militancia social y sindical. Si nuestra actuación social no nos cambia a nosotros mismos en zonas profundas, produciendo una adecuación a alguna especie de mandato que está por encima, y si eso no se expande y se contagia a nuestros entornos, algo está fallando en nuestra actuación social. Sin renunciar a la actuación, la sola presencia tiene que hacerse notar, dejarse sentir, de lo contrario esa actuación quedará dentro del activismo agitado que no hace sino añadir diversidad al mundo de la multiplicidad indistinguible en que estamos instalados.
La segunda sería la noción griega del límite. Hoy nos salen al encuentro los límites que nos pone una naturaleza a la que hemos vivido enfrentados, pero ese concepto del límite es algo más constitutivo de la persona y su consideración debe servir de baño de realismo y de no vanidad. La izquierda tiene que ser recuperadora, y no solo en lo material, tiene que ser resistente al cambio constante, a la movilidad, a la permanente novedad… Frente al “ser realistas pedir lo imposible” del mayo del 68, poético y épico pero derrochador, que nos ha conducido al actual perder lo que a través de generaciones habíamos alcanzado, tenemos que hacer una vuelta recuperadora, vuelta que amarre nuestros sueños, por un lado y que los sitúe en su lugar, por otro. Lo que importa son los cambios que seamos capaces de introducir en la realidad
Por último, la tercera idea, también griega, es la de responsabilidad negativa o culpabilidad. Es un concepto que suscita un fuerte rechazo en la izquierda, pero el héroe trágico escapa al destino, resta papel a los dioses y abre puertas a la libertad haciéndose culpable de sus errores, incluso de los que ha cometido inconscientemente o aun en contra total de sus intenciones; somos responsables de las consecuencias que desatan nuestros actos, aunque no pudiéramos preverlas.
Vivimos en una sociedad en la que nadie es culpable: de las guerras, de las hambres, de las políticas sociales injustas… Nuestro mundo está entrando en el reino de lo necesario (una especie de destino final), quienes tienen poder de decisión no son responsables de nada ya que hacen “lo que tiene que hacer”. A partir de ahí, a lo largo de toda la pirámide social, todo funciona como un mecanismo al que hay que adaptarse, convirtiendo a las personas en engranajes del mecanismo y quedando eximidos de cualquier responsabilidad. Aunque se en el último escalón de ese mecanismo estamos nosotros y la desculpabilización también juega con nosotros. Los grados de responsabilidad evidentemente son muy diversos, asumiendo los nuestros no desculpabilizamos a nadie y es la única posibilidad de exigir responsabilidades.
¿Qué hemos hecho mal, o no suficientemente bien –que es lo mismo- para haber llegado a la situación en la que nos encontramos? Esa es la pregunta que no podemos dejar de tener presente.




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