Extraído de: https://contraeldiluvio.es/trabajar-menos-ganar-tiempo-ganar-vida-por-la-reduccion-de-la-jornada/
(Color de letra en rojo y en negrita, edición de Banatu Taldea)
El
miedo es una respuesta de supervivencia. El miedo nos impulsa a
correr, a saltar; el miedo puede hacernos actuar como si fuéramos
sobrehumanos. Pero tiene que haber un sitio hacia el que
correr. Si no, el miedo solamente es paralizante. Así que el truco
de verdad, la única esperanza, es dejar que el horror que nos
produce la imagen de un futuro inhabitable se equilibre y se alivie
con la perspectiva de construir algo mucho mejor que cualquiera de
los escenarios que muchos de nosotros nos habíamos atrevido a
imaginar hasta ahora.
Naomi
Klein, Esto
lo cambia todo
Puede
que sea por una falta de distancia temporal con la crisis que estamos
viviendo ahora mismo, pero es fácil sentir la tentación de
clasificar nuestra era en una época Antes del COVID-19 y una Después
del COVID-19. Desde luego parece que en estos términos pensamos
cuando recordamos las cosas que hacíamos antes del confinamiento y
cómo cambió todo radicalmente después. El impacto está siendo (y
será) tal que parece casi comprensible que hayamos olvidado lo que
los dos últimos años supusieron para el ecologismo, convertido, por
primera vez, en un movimiento de masas mundial. Millones de personas
salieron a las calles de todo el mundo exigiendo a los gobiernos que
escuchen a los científicos y reaccionen antes de que sea demasiado
tarde. Es fundamental retomar esta lucha y tomar impulso porque tanto
la actual pandemia como el cambio climático están causados en
última instancia por un sistema que considera que no existen límites
físicos y ecológicos en su búsqueda de beneficio. Con la crisis
del coronavirus hemos visto que cuando un desastre de estas
magnitudes afecta a nuestra sociedad, son las condiciones de los
servicios públicos de salud, de vivienda, de trabajo, de cuidados
las que determinan cuánto sufriremos y con qué grado de
desigualdad. Del
mismo modo, serán precisamente unos servicios públicos robustos y
unas condiciones laborales y sociales mejores las que nos permitirán
afrontar del mejor modo posible las peores consecuencias del cambio
climático (temperaturas más altas, incendios, inundaciones…).
En
octubre de 2018, solo un par de meses después de que Greta Thunberg
dejase de ir a clase los viernes para exigir acción contra el cambio
climático, el IPCC publicó un informe especial sobre los impactos
de un calentamiento global por encima de los 1,5 ºC en el que se
avisaba de que, para poder descartar estos escenarios, eran
necesarios «cambios rápidos, de gran alcance y sin precedentes en
todos los aspectos de la sociedad». ¿Pero y si sí existiera
un precedente?
¿Y si hubiera una medida que se pudiera tomar de inmediato, que
fuese a tener un impacto muy grande en la reducción de emisiones y
en la movilización social y que, además, se ha tomado repetidamente
a lo largo de la historia del capitalismo? Hablamos, por supuesto, de
la reducción de la jornada laboral.
Los
cronocrímenes del capital
Tal
vez una de las mayores enseñanzas de El
capital de
Marx es que el
capitalismo es un «cronocrimen» a gran escala: una parte
minoritaria de la sociedad roba sistemáticamente el tiempo de vida
de la mayoría, enriqueciéndose durante el proceso y aumentando la
desigualdad social. Hemos
descubierto demasiado tarde que el mismo sistema que nos roba el
tiempo individualmente a cada persona además ha estado destruyendo
las condiciones de vida en la Tierra, desposeyéndonos por tanto de
nuestro tiempo de una manera adicional, también como especie. Por
ello, cuando decimos que el capitalismo es el culpable del cambio
climático tenemos que entender que, en última instancia, la lucha
contra el trabajo asalariado debe ser uno de los pilares de la lucha
climática. Nos roban el tiempo de vida hoy y nos roban el tiempo de
vida de mañana.
La
lucha entre la clase trabajadora y la burguesía con motivo de la
duración de la jornada laboral ha sido uno de los elementos
fundamentales del metabolismo capitalista durante los últimos
doscientos años y, de hecho, uno de los principales focos de la
lucha obrera, a menudo ofuscado, ha sido la lucha por la reducción
de la jornada laboral. Desde la reclamación de la reducción de la
jornada a doce horas hasta lograr la jornada de ocho horas, la lucha
por trabajar menos para el patrón ha sido una de las señas de
identidad del movimiento obrero. Sin embargo, parece que la jornada
laboral de ocho horas (al menos sobre el papel) se ha asentado como
la cantidad «natural» de horas que hay que trabajar y, al menos en
España, la reducción de esta cantidad no ha vuelto a aparecer como
una reivindicación de la clase trabajadora durante los últimos cien
años de un modo mayoritario (y cuando ha aparecido ha sido,
generalmente, con poco éxito), desde que la última reducción se
consiguiese con la huelga de la CNT en La Canadiense. Los
trabajadores y las trabajadoras siempre hemos necesitado tener más
tiempo libre y regalarle menos tiempo a nuestros jefes. Sin
embargo, ahora esta necesidad vital y humana se convierte en una
necesidad existencial: tenemos que pasar menos tiempo en el trabajo
para poder ganar más tiempo sobre la Tierra. No habrá transición
ecológica ni esta podrá ser justa sin una jornada laboral que
comience a disminuir cuanto antes.
Hay
que puntualizar que cuando decimos reducción de jornada nos
referimos a una reducción
del tiempo de trabajo que no conlleve una reducción de salario,
implementando
si es necesario desde la administración un período de transición
en el que el Estado se asegure de que esto ocurre.
Además, existen múltiples formatos de reducción de jornada, como
puede ser trabajar directamente un día menos o seguir trabajando la
misma cantidad de días pero menos horas. Consideramos que lo
fundamental es trabajar menos, y que distintas personas encontrarán
más beneficioso uno u otro formato dependiendo, por ejemplo, de las
responsabilidades de cuidado a su cargo. Por ejemplo, la
federación de sindicatos del sector público de
Islandia firmó recientemente un nuevo contrato en el que se reduce
la semana laboral de cuarenta a treinta y seis horas sin pérdida
salarial, y dentro del acuerdo se incluye que serán
los trabajadores y trabajadoras en
cada lugar de trabajo quienes decidirán cómo se implementará y
repartirá la disminución de horas.
En
España hemos visto hace poco un ejemplo de cómo «los momentos son
los elementos del beneficio», como decía Marx: es decir, de por qué
es tan fundamental para el beneficio del empresario exprimir todos
los segundos posibles del tiempo que pasamos en el puesto de trabajo.
Nos referimos a la reacción a las medidas
impulsadas por el gobierno del PSOE para
implementar un control de horario en las empresas y así intentar
luchar contra la espectacular cantidad de horas extras no remuneradas
que los empresarios de este país roban a la clase trabajadora (¡unos
tres millones de horas por semana!). Pudimos ver en televisiones y
periódicos los argumentos más peregrinos para que nos apenásemos
por los pobres emprendedores y empresarios cuyos negocios no iban a
ser rentables si no podían robar impunemente más horas
de vida a los trabajadores. Hablamos de aumentar el robo de tiempo
vital en forma de plusvalía incrementando el tiempo de trabajo por
el que no se recibe compensación ni siquiera formalmente. Por lo
tanto, si esta es la pelea que presentan para, simplemente, ¡no
cumplir la ley!, podemos imaginarnos cómo sería si se plantease de
manera seria y decidida la reducción de la jornada laboral. Sí,
existen estudios sobre cómo esto aumentaría la productividad de
muchas empresas y sobre cómo en última instancia podría ser
beneficioso también para ellas,
pero en general estos beneficios solo los asumirán como tales una
vez hayan sufrido la derrota y hayan debido aceptar una reducción de
las horas de trabajo. Poco a poco van surgiendo en distintos
países empresas que implementan una jornada laboral más corta, y
aunque sea por aumentar su productividad es positivo que ocurra, pero
hay que tener en cuenta por un lado que hay muchos sectores en los
que no es cierto que trabajar menos horas vaya a hacer que el proceso
sea más productivo. Esto variará mucho de sector en sector: en
aquellos en los que se trata con personas, como por ejemplo la
sanidad, la atención sería de más calidad, y una fábrica
necesitaría inversiones para conseguir mantener la productividad.
Por otro lado, no podemos olvidar del beneficio a nivel global que
los capitalistas obtienen de la función disciplinadora del trabajo:
la clase propietaria siempre ha peleado para que no se consigan estos
avances, aunque les beneficien a largo plazo.
Reducción
de jornada: win, win, win
La
reducción de jornada es una medida que contiene un «triple
dividendo». En
primer lugar, el trabajo existente se reparte entre más gente, lo
que permite reducir el desempleo.
Vivimos en una sociedad altamente disfuncional, en la que una parte
de las personas trabajan mucho más de lo que recoge su contrato,
regalando cada mes decenas de horas adicionales a sus empleadores,
mientras que otra parte de la población no consigue trabajar todo lo
que le permitiría tener un salario digno y necesita acumular varios
trabajos de jornada reducida. De hecho, a los millones de personas
con trabajos precarios lo de una reducción de jornada les podría
sonar a broma pesada: «¡Mis problemas vienen porque trabajo de
menos, no de más!». Junto a otro tipo de medidas que podrían
debatirse y que no son necesariamente excluyentes, como el trabajo
garantizado o la renta básica, la reducción de jornada permitiría
redistribuir el trabajo de un modo más racional, haciendo que quien
trabaja demasiado pueda descansar más y que los que lo necesiten
puedan acceder a un empleo.
En
segundo lugar, está claro que trabajar menos tiene beneficios
individuales: menos estrés, más tiempo libre y mejoras en la
calidad de vida.
Esto lo ha sabido la clase trabajadora desde su nacimiento y es algo
que deberíamos volver a recordar. Además, cualquier proyecto de
transición ecológica justa debe ser capaz de ofrecer a la mayor
parte de la población una visión de un mundo mejor, y disponer de
más tiempo propio ha de ser una parte central en ella. De un modo
naif podemos pensar que, si los fines de semana pasaran a durar tres
días, la gente lo que haría es consumir más, derrochar más o
tomar más aviones; es decir, que no ganaríamos nada porque lo único
que haríamos es ceder más espacio al consumismo exacerbado en el
que se basa nuestro actual sistema de producción. Este era
precisamente el argumento de la burguesía contra las vacaciones: el
proletariado llevaría una vida disoluta si disponía de tiempo libre
en lugar de seguir la vida ordenada que proporciona el trabajo. Sin
embargo, existen estudios que indican lo contrario: que cuanto más
largas son las jornadas de trabajo más se tiende a dedicar el ocio a
este tipo de consumo [1]. Como tenemos poco tiempo, necesitamos
actividades que satisfagan nuestras necesidades de diversión y
entretenimiento de un modo inmediato y superficial, por eso vamos a
pasar el rato a un centro comercial o de compras o a alguna capital
europea en un viaje exprés de fin de semana.
Por
último, y vinculado a este último punto, hay también muchos
estudios que muestran que existe una relación entre trabajar más
horas y patrones de consumo con mayor huella de carbono [2].
Cuanto más trabajamos más tendemos a utilizar productos intensivos
en energía; por ejemplo, tendemos a coger más el coche porque no
nos podemos permitir perder tiempo, así como a comer más productos
precocinados porque no tenemos tiempo para dedicárselo a la
alimentación. Estudios sistemáticos hechos en Estados Unidos
muestran que menos horas de trabajo tienden a tener una huella
ecológica y de carbono y unas emisiones de dióxido de carbono
menores [3].
La
virtuosidad de esta medida está clara en todos los sentidos, pero de
cara a conseguir que se convierta en hegemónica en poco tiempo puede
resultar interesante, e incluso necesario, vincularla lo más posible
al problema ecológico. Por ejemplo, se podría forzar a que entrase
en los paquetes de «emergencia climática» que los gobiernos están
aprobando poco a poco. Así quedaría claro que la cosa no se queda
en greenwashing,
porque esto es pura lucha de clases… hasta cierto punto. Es posible
que no nos quede otra, a nivel climático, que trabajar menos y lo
que queremos es que esto se lleve a cabo desde un punto de vista
progresista: por ejemplo, no queremos que aumente la diferencia
actual en cantidad de tiempo libre existente entre las distintas
capas sociales, haciendo que las capas más ricas trabajen menos pero
sigan teniendo salarios más que razonables, mientras que los más
pobres se vean más golpeados y sean abocados a tener más de un
trabajo, por poner un ejemplo extremo de por dónde podría avanzar
esta medida y que desgraciadamente podemos imaginar con facilidad.
No
hay que inventar trabajos verdes: ya existen
Una
de las ideas de las movilizaciones feministas de los últimos años
que va calando en los imaginarios colectivos de los sectores
progresistas (y cada vez más de los mainstream)
es la de «poner
los cuidados en el centro» (y de nuevo la pandemia nos ha
mostrado que, a la hora de la verdad, cuidar y ser cuidados es lo
único que importa).
Se derivan muchas implicaciones a partir de la puesta en valor de
todas esas labores reproductivas que han estado siempre ocultas. La
separación entre las esferas productiva y reproductiva realizada a
lo largo de siglos por el capitalismo ha llevado a que las únicas
actividades que se consideran relevantes, dignas de elogio y
reconocimiento en la sociedad sean aquellas que generan actividad
económica directamente (o sea, plusvalía), las que se encuentran de
modo explícito inmersas en esa rueda tautológica y destructiva que
es la autovalorización del capital. El cuidado de niños y niñas,
de las personas ancianas, de personas dependientes, de nuestras casas
e incluso de las casas de las clases superiores, el trabajo emocional
en nuestras familias, colectivos y comunidades, y hasta el cuidado de
nuestro ecosistema más inmediato, es decir, todas ellas actividades
ligadas históricamente a la feminidad, han sido, por tanto,
merecedoras de un puesto muy bajo en la escala de valores burguesa.
Con
la crisis sanitaria y social del COVID-19 hemos podido ver de primera
mano lo que son los trabajos esenciales para que la sociedad siga
funcionando y cuáles no, y cómo se maltrata precisamente a quien
cumple esas funciones.
Resulta,
además, que los cuidados son actividades extremadamente bajas en
carbono, por lo que los llamados «trabajos verdes» tendrán que
girar en gran medida en torno a este tipo de tareas.
Pero ante todo, se trata de generar una visión en la que ese tiempo
libre que se libere se dedique a cuidarnos los unos a las otras, a
pasar más tiempo con nuestras familias (entendida esta en el sentido
más diverso que podamos imaginar), a poder dedicarnos a la crianza,
a cuidar de nuestros parques, barrios, jardines y ecosistemas.
Tenemos que aprovechar el tiempo vital del que volvemos a disponer
para regenerar el tejido comunitario y asociativo que hemos perdido
en estos años.
Como
hemos mencionado, existen otras medidas relacionadas y que son
totalmente compatibles con la reducción de jornada laboral, como una
Renta Mínima Universal mucho más útil y ambiciosa que el Ingreso
Mínimo Vital implementado
(de
un modo francamente malo)
por el Gobierno de coalición. Algo que comparten todas estas medidas
en cierto modo es que son formas concretas que toma el derecho a
existir, el más fundamental de todos los derechos. Como además
salir de la lógica productivista del capital es condición necesaria
para que nuestra especie pueda, literalmente, seguir existiendo de un
modo digno en este planeta, entonces podemos decir que estamos
luchando por un derecho a la existencia a nivel planetario y
ecológico.
Fridays
for Future
La
semana laboral de cuatro días no sería solo un momento
Polanyi defensivo que
nos permita limitar las esferas de la vida dominadas por el mercado,
una victoria difícil de revertir una vez sea hegemónica que nos
sirva como trinchera para afrontar mejor las luchas venideras. Es
también un punto de partida que nos permite imaginar un futuro
distinto, y mejor. Tal vez esa sea una de las mayores virtudes de
esta lucha: que mezcla en una reivindicación concreta tanto la
mirada corta como la mirada larga. Nos podrá parecer una
reivindicación más o menos difícil de conseguir, y puede que
genere reticencias al inicio en una sociedad en la que nos definimos
por el trabajo de un modo tan fundamental, pero cualquiera puede
figurarse fácilmente cómo sería su vida si su fin de semana durase
tres días. Es decir: es una medida que todo el mundo puede
imaginarse implementada y visualizar cuál sería el impacto material
concreto en sus vidas. Pero es que además la reducción de la semana
laboral nos abre la puerta a imaginar un mundo en el que trabajemos
no cuatro, sino tres o dos o incluso un solo día; es decir, genera
de un modo inmediato un imaginario nuevo, en el que el trabajo pueda
no ser el centro de nuestras vidas. Y en la lucha climática tal vez
lo que más necesitemos sea esto, visiones concretas de cómo puede
ser el mundo en un futuro que no sean el colapso y la degradación
absoluta, sino una sociedad en la que el tiempo que no pasemos
realizando un trabajo (que sea además beneficioso socialmente)
realmente podamos dedicarlo a pasear con nuestra gente, a hacer
fiestas al aire libre, a disfrutar de nuestros ríos y nuestras
playas, a cuidarnos y querernos y a cuidar y a querer nuestro
entorno. Si queremos un planeta habitable tendremos que hacer
decrecer mucho la esfera material de producción, pero tenemos que
conseguir crecer exponencialmente el tiempo disponible para todas las
personas.
Este
septiembre el Euromillones ha sacado una nueva
campaña de publicidad en
la que se ven distintas actividades para las que no solemos tener
tiempo escritas con la típica tipografía utilizada en relojes
digitales, junto a la frase «cuando te toca el Euromillones, te toca
todo el tiempo del mundo para hacer con él lo que siempre has
querido», junto al eslogan «dueños del tiempo». Tenemos
que mostrarles a los que actualmente son dueños de nuestro tiempo
que no queremos que nos toque la lotería para poder aprender a tocar
el piano, hacer yoga o estar con nuestras familias: vamos a recuperar
nuestro tiempo luchando por una sociedad en el que la cantidad de
tiempo disponible no dependa de nuestros millones.
Desde
hace tiempo el activismo climático fantasea con
un Pride propio. Pride es
una película británica de 2014 que cuenta la historia de un grupo
de activistas del colectivo LGBT que deciden apoyar las huelgas
mineras de 1984 en Reino Unido. Para
conseguir victorias contra el cambio climático que permitan además
que la mayoría viva mejor vamos a necesitar un movimiento parecido,
que consiga establecer alianzas entre el nuevo movimiento ecologista
y las clases trabajadoras, y la lucha por una jornada laboral más
corta puede ser una de las demandas que puedan unir a todos estos
grupos en luchas concretas, que es de donde brotan los vínculos y
emociones que podemos ver en Pride.
Greta Thunberg inspiró a millones de jóvenes en todo el mundo
haciendo una huelga climática,
recordánonos cuál es el arma más potente de la que disponemos los
que no disponemos de nada más que de nuestra fuerza de trabajo. Y el
nombre que se han dado estos jóvenes que han seguido su ejemplo ha
sido Fridays for Future, que han decidido dejar de ir al colegio los
viernes para luchar por nuestro futuro. El potencial es evidente,
pues, para articular una lucha en torno a, por ejemplo, la semana
laboral de cuatro días: dejemos de trabajar los viernes, o no
tendremos un futuro.
Reapropiémonos de nuestro tiempo ahora para reapropiarnos de nuestro
tiempo en el futuro. Fridays
for Future hoy, literalmente, para luchar por Thursdays for Future
mañana.
Referencias
[1]
J. B. Fitzgerald, J. B. Schor, A. K. Jorgenson, «Working Hours and
Carbon Dioxide Emissions in the United States, 2007-2013», Social
Forces,
v, 96, n.º 4, junio de 2018, pp. 1851-1874
<https://academic.oup.com/sf/article/96/4/1851/4951469>
[2]
J. Nässén, J. Larsson, «Would shorter working time reduce
greenhouse gas emissions? An analysis of time use and consumption in
Swedish households», Environment
and Planning C: Government and Policy 2015,
v. 33, pp. 726-745.
[3]
K. Knight, E. A. Rosa, J. B. Schor, «Reducing Growth to Achieve
Environmental Sustainability: The Role of Work Hours», Political
Economy Research Institute, n.º 304, 2012
<https://www.peri.umass.edu/media/k2/attachments/4.2KnightRosaSchor.pdf>
Se
puede encontrar mucha información sobre los impactos sociales y
ecológicos de la reducción de jornada en los trabajos hechos por el
grupo de investigación británico Autonomy:
The
Shorter Working Week: a report from Autonomy
The
Shorter Working Week: a powerful tool to drastically reduce carbon
emissions
The
Ecological Limits of Work:
La
New Economics Foundation coordina esta newsletter donde
periódicamente recogen artículos y noticias relacionadas con la
reducción de la semana laboral en Europa: Achieving
a shorter working week across Europe
Fuente:
Grupo y web “Contra el diluvio
/ En pié por el clima”
|22
septiembre 2020|