Artículo publicado originalmente en el número 29 de La Marea
Mucho ha avanzado el ser humano en materia de reducción de la jornada
laboral. Baste recordar aquellos primeros años de la revolución
industrial y el logro que supuso la reducción a 12 horas diarias para
los niños británicos en 1802, o la conquista de 10 horas diarias para
varones menores de 18 años y mujeres en 1847. No obstante, desde el
establecimiento de las 8 horas diarias (en España en 1919) muy poco se
ha progresado en este sentido. La única experiencia importante al
respecto ha sido la francesa a partir de 1998, pero desgraciadamente
desde 2003 los sucesivos gobiernos galos fueron desmantelando esa nueva
victoria de los trabajadores.
En 1998, bajo el lema de “Trabajar menos, para trabajar más personas y
vivir mejor” el gobierno francés permitió a las empresas reducir
voluntariamente la jornada laboral a los trabajadores a cambio de ayudas
públicas y reducción de cotizaciones sociales en los nuevos contratos.
Al año siguiente, la duración legal del trabajo se redujo a 35 horas
para las empresas de más de 20 empleados manteniendo los mencionados
subsidios. Finalmente, en el año 2002 se limitó la jornada laboral a 35
horas también para las empresas de menos de 20 trabajadores, aunque con
unos resultados decepcionantes (sólo redujeron la jornada el 18% de ese
tipo de empresas). A partir de 2003, se comenzó a revertir la tendencia
facilitando la extensión de la jornada a través de horas
extraordinarias, hasta llegar al punto en el que en 2008 el lema del
nuevo gobierno francés rezaba “Trabajar más para ganar más”. En la
actualidad, en Francia, la jornada de 35 horas semanales se considera
una verdadera reliquia.
¿Qué efectos tuvo esta jornada de 35 horas semanales y qué podemos aprender de ello?
En primer lugar, durante los años de aplicación de la medida el PIB
de Francia no disminuyó (sino que aumentó bastante, en torno al 2,5%) y
la competitividad de su economía no se vio afectada tal y como temía la
patronal francesa.
En segundo lugar, y tal y como se puede observar en el gráfico,
durante los años en los que se aplicó la medida, el empleo aumentó
notablemente. El debate gira en torno a si ese incremento en el número
de ocupados se debió a la reducción de la jornada laboral o a las ayudas
a la contratación que venían acompañando a la misma (amén de la
influencia del ciclo económico que hasta 2001 fue muy positivo).
En tercer lugar, se desprende que hay empresas con mayor facilidad
para reducir la jornada laboral sin reducir los salarios (lo cual supone
un aumento salarial por hora) que otras. Las grandes empresas y las más
rentables pudieron permitirse el lujo de aplicar la medida pero la
mayoría de las empresas con menos de 20 empleados no pudieron hacerlo (a
pesar de las ayudas públicas). En consecuencia, para reducir la jornada
laboral la compensación que necesitan este tipo de empresas es mucho
mayor que la que requieren las empresas más poderosas y rentables, y por
supuesto mucho mayor que la que estableció el gobierno francés. De
hecho, en la actualidad cobra importancia la posibilidad de que la
reducción de jornada se haga disminuyendo proporcionalmente el salario
(y lograr un reparto del empleo) pero que se compense con ayudas
públicas a los trabajadores.
En cuarto lugar, en muchas actividades la reducción de jornada
laboral fue sólo formal, ya que los trabajadores continuaron realizando
exactamente el mismo trabajo, ya fuese incrementando la intensidad del
mismo o llevándose el trabajo a casa. Esto tuvo como consecuencia que el
18% de los trabajadores encuestados para un estudio de la Universidad
de Duisburg-Essen declarasen que su vida empeoró con la implantación de
la jornada laboral de 35 horas.
En quinto lugar, quienes recurrieron más a la reducción de la jornada
laboral fueron las mujeres trabajadoras, y particularmente las que
tenían hijos menores de 12 años a su cargo. Esto evidencia dos
cuestiones estrechamente relacionadas: 1) el trabajo de cuidados en el
ámbito familiar recae fundamentalmente en las mujeres, y 2) medidas de
reducción de jornada laboral que no vengan acompañadas de políticas que
contribuyan al reparto solidario de este tipo de trabajo invisible
tenderán a reproducir y perpetuar esta desigual distribución de las
cargas familiares.
En definitiva, muchas son las enseñanzas que nos arroja esta
experiencia relativamente reciente de reducción de jornada laboral, a la
que hay que sumar las que nos depararán otro tipo de experiencias
(muchísimo más locales) que se están llevando a cabo en la actualidad en
países como Suecia. Sin ánimo de ser exhaustivo ni de cerrar el debate,
parece que para que una política de reducción de la jornada laboral sea
lo más exitosa posible se debe acompañar de 1) medidas que compensen el
sobrecoste a las empresas menos preparadas o medidas que compensen a
los trabajadores la reducción del salario aparejado a la reducción de la
jornada, 2) medidas que eviten la intensificación del trabajo en el
puesto de trabajo y blinden el tiempo de descanso, y 3) medidas que
contribuyan a repartir de forma solidaria entre hombres y mujeres el
trabajo de cuidados que se realiza fundamentalmente en el ámbito
doméstico y mayoritariamente por mujeres.
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