viernes, 21 de agosto de 2015

Artículo de Alberto Ortiz de Zarate


Mientras nuestros Gobiernos creen ver en sus bolas de cristal una mágica salida de la crisis dentro de uno, dos, tres, cuatro años, la dura realidad es que España crece en desempleo por encima del 25% y solo propone la falsa salida de minijobs basura para esa generación joven que está perdida para el empleo. En el caso de Euskadi, vale la misma argumentación, aplicando una pequeña rebaja a la gravedad del asunto.

Las medidas en marcha no abordan el tema del desempleo, sino como subproducto deseado de la ingeniería financiera. De hecho, las medidas en marcha empeoran, y mucho, la situación del empleo a corto plazo. La situación es tan desesperada que no da tiempo de sentarse a ver si la bola de cristal acierta. Hay que mejorar el empleo hoy. Ahora.
En algunas empresas, los trabajadores han propuesto la medida obvia: en lugar de echar a personas a la calle, prefieren repartir entre todas el empleo y el salario. ¿El resultado? Menos paro, en ese ámbito concreto.
En cada vez más familias, el reparto se produce por la vía del desempleo: los que no trabajan son mantenidos por los que siguen ingresando su salario. Solución mucho peor, que crea relaciones de dependencia indeseables. Sería preferible que mi familiar hiciera una parte de mi trabajo.
Si consideramos a nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestra tierra, nuestro país como una gran familia, o como una organización, llegaremos a la conclusión de que la mejor medida para acabar con el desempleo es repartir el empleo existente. Una ecuación sencilla: por cada 4 trabajadores que se redujeran la jornada un 20%, se podría contratar a otra persona. Aplicado de manera total, el paro quedaría por debajo del 10%.
Es cierto que no se puede aplicar la ecuación así, sin más. De hecho, la reducción de horas debería ser mayor y la reducción de salarios no siempre sería posible. Estos son los límites:
·Los ingresos familiares no pueden bajar de un mínimo para soportar el gasto corriente
·Las jornadas que ya están reducidas, no hay que volverlas a reducir
·Hay que seguir cotizando el 100% a jubilación a partir de cierta edad
·Hay que hacer algo radical con las hipotecas, que impiden toda flexibilidad a muchas familias
A cambio, el inmenso gasto público dedicado al desempleo podría ser reutilizado para favorecer esta vía de empleo.
Después de pensar en global, volvamos a pensar en lo cercano. Si en el equipo de trabajo nos redujéramos la jormada en un tercio, por cada dos voluntarios podríamos incorporar a una nueva persona. Por ejemplo, si lo hicieran la mitad de los 100.000 funcionarios vascos, se podrían sacar del paro a 25.000 personas, un porcentaje significativo del paro en Euskadi.
Además del beneficio obvio para el empleo -que ya justifica por sí solo esta medida- hay beneficios adicionales:

·Mejora la productividad: todos somos más productivos en 6 horas que en 8.
·Mejora el recambio generacional: se incorpora gente joven que puede aprender de los mayores que siguen ahí, con menos jornada.
·Disminuye la espantosa desigualdad social a la que estamos abocados
·Mejora el reparto entre sexos del trabajo no remunerado; esto es, las tareas domésticas.
·Crea una bolsa de tiempo que se puede dedicar a aprender, innovar y aportar valor social.
·Cambia consumo por ocio, por oportunidades para la salud y la cultura.
¿Quién pierde? Solo los negocios que viven del consumo de alta gama. Nada que debiera preocuparnos.
Cada vez que he propuesto esto, me he encontrado con la misma respuesta. A saber: es una medida necesaria y evidente, PERO quien tiene trabajo no va a querer repartirlo. Bien, si estamos de acuerdo en que es una medida necesaria, la situación hoy es lo bastante dramática para poder convencer sobre el reparto.
Ya planteé esto en 2008, pero entonces estábamos todavía bajo la burbuja y no se percibía que fuera imprescindible. Hoy, lo es. Piénsalo, ¿qué te da más miedo, tener que reducir gastos y vivir con menos, o estar en riesgo de caer en el lado de los que no tienen nada?
No he oído a los partidos políticos plantear esto. Y, en cuanto a los sindicatos, ¿seguiréis concentrados en negociar un aumento de una décima de punto en el convenio o vamos a abordar los problemas realmente importantes? De hecho, si mañana dos de nosotros propusiéramos en nuestra organización reducirnos un tercio la jornada a cambio de que se contrate a otra persona más, probablemente ni la empresa ni el sindicato nos apoyarían. Es más, seríamos tildados de vagos, de radicales, o de estúpidos. Pues bien, yo quiero ser más vago, más radical y más estúpido. Y vivir mejor, sin tener que pensar en cómo subsisten mis vecinos desempleados.
¿A alguien se le ocurre por donde empezar?


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